Este último verano agarramos las mochilas y nos fuimos (dos amigas y yo) de vacaciones al Sur. Nuestro recorrido comenzó en el Lago Paimún y terminó en El Bolsón.
De todas las increíbles experiencias que tuvimos durante esos diecisiete días de viaje, hoy quiero rescatar una: “Los fogones cambiaron”.
¿Quién no recuerda cuando antes, en los fogones de los campings se cantaban todos esos temas depresivos onda: Silvio Rodríguez, Serú Girán, Charly, Baglietto…? Un bajonazo. Te mataban las vacaciones. El tema top (“tocá una que sepamos todos!”) era “El oso”, quizás seguida muy de cerca por “Rasguña las piedras”.
Después vino toda una época en la que en los repertorios de los fogones ya empezaba a aparecer una onda más León Gieco, Fito y, por supuesto, Los Piojos. Todos cantamos, coreamos o al menos tarareamos el hit “Tan solo” y otro clásico de campamentos “Muy despacito”. Inclusive ya estaban también los que se animaban con algo de Sabina.
Yo esperaba encontrarme con todo este tipo de cosas en el verano, pero no. Repito: “Los fogones cambiaron”.
Estaría bien si yo dijera: ahora es infaltable que aparezca algún tema de la Bersuit o de La Renga. Pero no es esto a lo que voy.
Sí sí, estaba la Bersuit, estaban La Renga, Los Piojos y Sabina. Todavía alguno se anima con los “viejitos deprimentes”, pero ya la gente se empieza a quejar y dice: “Noooo che, toquemos algo más copado!”.
Y de pronto empiezan a aparecer toda una serie de temas que nunca imaginé escuchar (y cantar, claro!) en un fogón. O en varios. O en todos. Por ejemplo:
“Yo no me quiero casar, y ud?” de Turf. Infaltable. Sonó en todos. Y sonó hasta en los boliches del Sur!! Quizás como un fiel reflejo del pensamiento de la juventud (¿perdida?) de hoy, o al menos, de la porción de juventud que entra en la categoría “mochileros”. Ése se transformó, para mí, en el tema del viaje. Lo canté todo el viaje: en las combis, en la ducha, en mi cabeza día y noche. Y, confieso, hasta creí “creerme” la letra y adoptarla como filosofía de vida.
De todas formas, lo más bizarro ocurrió en el Lago Falkner, donde alguien se mandó a tocar
“El oficio de ser mamá” de Macaferri y Asociados (o Pablo Granados, para los amigos). Ya no me acordaba de la existencia de esa canción. Pero lo peor es que me sabía toda la letra. Y todos los que estábamos allí, también. La cantamos como si fuera lo más “normal” del mundo. Y hasta nos auto-aplaudimos al final.
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