No puedo intentar explicar cosas que ni yo termino de comprender. No soy hábil para exteriorizar emociones. Me paralizo. Me enmudezco. Inclusive si me fuerzo a hablar, corro el riesgo de hacer mucho mal. Y esto, en este caso, es aquello que más me importa cuidar.
Pulcro. Limpio. Sin manchones.
Perfecto... no, quizas eso no. Nada lo es, ¿no? Ya no lo es, tampoco. Pero ordenadito, eso sí.
Cicatriz. Y a veces no sé, algo pasa y la herida se reabre. ¿Qué puedo hacer más que dejarla sangrar, bancarme el dolor y esperar que vuelva a curarse?
El curso de las cosas. La paciencia. Esperar. Y mientras tanto, preservarte y preservarnos.
Los bolsos que siguen a medio hacer, a medio deshacer. Haber llorado en la inmensidad de la nada, junto al sonido de la arena de fondo, y la emoción que hizo desbordar algo muy guardado. Amarillo todo. El viento se llevó mis sollozos pero no logró barrer mi angustia.
Tiempo. Espacio. Dejarme sola pero no dejarte solo. El almanaque que marcó dos fechas tan difíciles como importantes. Y yo quise dejarlo pasar, quise no darme cuenta, pero ahí estaba.
Miedo. Y más parálisis.
Y vos: que sos todo siendo vos. Y yo: que soy todo esto también.
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