-Junio de 2006-Volvíamos de ultimar detalles para la boda y dimos la vuelta ahí donde está la municipalidad. Ella detuvo el auto y me dijo "Bajemos un segundo que quiero mostrarte algo".
Le hice caso y sentí de golpe todo el calor del sol de las 3 de la tarde sobre nosotras, solas ante esos terrenos poblados de un pasto bien verde, en el total silencio de la nada.
"Por acá", me dijo, y se detuvo, marcándome un lugar con su dedo índice izquierdo. "Ahí, entre esta estaca roja, la del fondo y la calle... Ese es nuestro recientemente adquirido terreno. Lo compramos hace unos días y tenemos dos años de plazo para empezar la obra de lo que va a ser nuestra futura casa".
La abracé, la felicité, y no pude decir mucho más porque (como siempre) las emociones me corren por dentro.
En ese instante terminé de comprender algo que cerró como un eslabón más de una cadena que ella comenzó hace unos tres años: realmente ella está segura de todo. Es verdad que está enamorada. Y es cierto que su vida, ahora, es acá.
Y por esas cosas es que, a pesar de que no tenemos una relación tan estrecha y que somos personas completamente diferentes, no dejo de admirar a mi hermana. Aquella mujer que esa tarde me mostró su pedacito de tierra donde junto a sus proyectos y su nueva familia, echó una semilla en aquel pasto tan verde.
"
Se queda, sí...", pensé, "
Este es su
lugar en el mundo".
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