El
Toro, con su post del jueves 1°, me hizo recordar la vez que, hace casi un año, estuve a punto de pasar a mejor vida. Prometí relatarla, así que aquí va...
Yo estaba en mi horario de almuerzo, en el laburo, comiendo con mis compañeros de la Administración. La charla de ese momento estaba relacionada con los cuidados de la piel y la exposición al sol. Cynthia (una chica que ya no trabaja más con nosotros) hizo un comentario absurdísimo, que a mí me resultó gracioso, justo en el preciso instante en el cual yo intentaba tragar agua.
¿Vieron cuando queda el buche a mitad de camino? Y uno piensa:
¿qué hago? ¿Trago o escupo? Bueno, fue en ese momento. Y pensé: "Si escupo, quedo para el cuerno, así que mejor trago". Error. Tragué mal (sí,
el colmo de la fonoaudióloga!). El agua entró por la vía respiratoria.
Acto seguido, me levanto y corro al baño. En el trayecto, me voy ahogando. Encima cuando llego, me tomo la delicadeza de cerrar la puerta (no sea cosa que alguien pueda venir a rescatarme). Me ahogo, me ahogo, me ahogo. No me llega el aire. Posta, no me entra el aire, es todo agua...
Me desvanezco. Plum! Con tanta suerte para la desgracia que, en la caída, mi frente da de lleno contra el lavamanos. Doble plum! Al piso.
Me sigo ahogando pero recupero el conocimiento. Como puedo, porque el mundo me da vueltas, me siento en el piso del baño y me mando un concierto muy desagradable de sonidos que mezclan: tos, eructos, arcadas, llanto. Así logro sacar el agua de mi cuerpo.
Me levanto. Me lavo la cara y vuelvo al lugar donde todos almorzamos. Blanca como un papel. Mis compañeros me preguntan si estoy bien y yo sólo logro asentir con la cabeza. Hasta que segundos más tarde, un llanto descontrolado se desata, las manos me siguen temblando, y cuento la historia.
Me tuve que volver más temprano a casa. No podía parar de llorar, y mucho menos, trabajar. Además, cada cinco minutos venía alguien a mi oficina y me decía:
"Eh, me enteré de lo que te pasó! ¿Estás bien?". Arrrgh!
Y reflexioné, mucho, acerca de ese día. Primero, porque es una muestra clara de un aspecto de mi personalidad que rechazo mucho: No permitirme mostrarme débil ante los demás ni pedir ayuda cuando la necesito.
Y segundo, porque, de poder elegir el lugar de mi muerte, jamás elegiría el laburo. Muchos menos morir ahogada con agua, mejor que sea un Pommery! Y encima, con un chiste que valga la pena. No por una imagen mental tonta que me hice de un comentario de otro.
Ah! También aprendí que la próxima vez que me pase esto, me cago en el protocolo y las buenas costumbres. Mejor escupo.
Etiquetas: Lecciones de vida