Cuando la vi por primera vez, algo en ella me llamó la atención, pero no le quise prestar importancia.
Intenté mirar hacia otro lado, concentrarme en otra cosa, desviar mis pensamientos. Pero había algo imantado en ella que me atraía a lo cual no lograba resistirme por completo.
Cuando lentamente elevé mi mirada y la volví a ver, pude reconocerla mejor.
Era pequeña, de piernitas flacas y ágiles. Inquieta, pero respetuosa. Seguramente hablaba rápido, pero claro: ahora estaba callada. Y simplemente me observaba, penetrando con sus enormes pupilas negras en lo más profundo de mi ser. Un par de ojos color chocolate indagando en mí. Su boca, de labios gruesos, estaba cerrada. Sin embargo, yo podía oírla. Y pude escuchar perfectamente cómo su vocecita infantil me decía:
¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué perdiste mi esencia? ¿Dónde la dejaste, quién te la robó? ¿No me ves? Si yo estoy llena de sueños, de vitalidad, de fuerzas, de energías... ¿en qué malgastaste todo eso? ¿Dónde quedaron la creatividad, las ganas de hacer, la voluntad de cambiar? ¿Qué es la abulia? Yo no conozco esa palabra. No me decepciones. Levantate. Hacé. Soñá. No me hagas perder las ganas de proyectar, te lo pido por favor. Dejame crecer. Pero para crecer feliz necesito que recuperes todo esto.Está bien. -le respondí, suspirando. -
Tenés razón. Es hora de que me vuelva a levantar. Despacito, de a poco, ya sabemos cómo son estas cosas.
Esperanzada, me sonrió, y se le formó un hoyuelo a cada lado de la boca.
No vuelvas a olvidarte nunca más que alguna vez vos fuiste yo y llevabas todo esto adentro tuyo. -me dijo. Y se fue.
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