Cuando cumplí siete años, mi padrino y su esposa me regalaron un bebote marca Jolly Bell. Era el juguete de moda entre las nenas. Era grande, enorme. Tenía de esos ojos que adentro tienen pesitas y que se cierran cuando lo acostabas, con unas largas pestañas. Venía guardado adentro de una especie de bolso transportador de plástico transparente con manijas. Y traía atada a su mano derecha un librito que era su
certificado de nacimiento, donde la mamá (o sea: yo) tenía que completar sus datos y le elegía el nombre al bebé.
Yo estaba encantada con este regalo. Yo
quería un bebote, y sabía que iba a jugar mucho con él. Inclusive, ya desde chica apreciaba los detalles, y me gustaba que el bebote viniera con su propio documento.
Pero había un problema. El bebote estaba vestido con ropita de color celeste, y en su certificado decía "Sexo: masculino". Yo
no quería un bebote varón.
La esposa de mi padrino se lo llevó y me dijo que lo cambiaría por una nena. Cuando el paquete volvió a casa, me encontré con un bebote vestido de rosa. No era marca Jolly Bell. Era un poco más chico en tamaño. Su piel de plástico no era tan suave como la del anterior y la ropita era más fea. Obviamente no venía en un bolso transportador y tampoco traía certificado de nacimiento.
No me gustaba. Por más que fuera nena, no me gustaba. No era lo mismo. Ni siquiera me tomé la molestia de ponerle nombre. Jamás jugué con ese muñeco.
Casi veinte años más tarde, hice un recorrido por varias veterinarias que me demandó dos días, ya que iba a elegir al gato siamés que me haría compañía de ahí en más. Tenía una imagen perfecta en mi cabeza de cómo quería que fuera mi gato, sólo faltaba encontrarlo.
Y vi gatos de todos los tamaños, colores y edades. Algunos de ellos eran hermosos y me los habría llevado de no haber sido por un detalle: eran hembras. Y esta vez, yo
quería un nene.
Terminé volviendo a la primera veterinaria que había pisado porque ahí estaba quien luego se llamaría Inti: un bebé siamés macho de dos meses que no dejaba de mirarme con sus ojazos celestes. No venía con certificado de nacimiento ni papeles de pedigree, pero no me importaba.
Cuando lo compré, pensé que era tranquilo, y me equivoqué. Pensé que era
blue point (los siameses de pelo gris) pero con el tiempo se fue amarronando y descubrimos que era un
seal point genuino. Nada. Nada de todo eso me importó. A Inti
lo quise desde el primer día.
Me pregunto qué cambió en mí durante estos últimos veinte años.
Sí, ya sé que muchas cosas, no empiecen a enumerar cosas obvias. Vayamos al
quid de la cuestión.
Me pregunto qué cambió para que yo ahora eligiera
nene en vez de
nena.
Indocumentado en vez de
con papeles al día. Y para que no me importaran todos esos cambios y sorpresas.
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