Todo comenzó cuando un día, un compañero de mi trabajo que además es intérprete de Lengua de Señas Argentina, me comenta que uno de los empleados de seguridad del trabajo de su esposa tenía una hija que aparentaba tener problemas auditivos. Al tratarse de una familia de bajos recursos, me pregunta adónde podría ir esta gente a consultar. Enseguida le pido el teléfono de esta persona, me contacto con él, me presento y le digo que se acerque al Hospital Houssay (de Vicente López), servicio de Audiología Infantil, que es donde yo estaba ejerciendo en ese momento. Acordamos un turno, y así fue como la conocí a Nadine, quien en ese entonces era una dulzura silenciosa de 4 añitos de edad.
Como todo nene que recién llega al Servicio por primera vez, Nadine se mostraba temerosa. Miraba con unos ojos enormes mientras yo armaba su historia clínica junto a su mamá y a mi jefa de Servicio.
A lo largo de una serie de turnos, le hicimos distintos tipos de evaluaciones auditivas: audiometría por juego, pruebas reaccionales de observación de la conducta ante el ruido, logoaudiometría, impedanciometría, medición de los reflejos estapediales, timpanometría... Y en cada sesión, Nadine se soltaba un poco más, iba perdiendo sus miedos y su vergüenza, y llegaba contenta al consultorio porque "
venía a jugar un rato con los ruiditos".Finalmente logramos detectar su problema y le diagnosticamos una hipoacusia perceptiva de moderada a severa. Es decir, que esta nena, con sus 4 añitos, se estaba perdiendo de algo así como "la mitad" de los sonidos y las conversaciones que ocurrían a su alrededor.
Rápidamente le hicimos una selección y pruebas hasta que pudimos establecer el modelo de audífono que se adaptara mejor a ella, a su tipo y grado de sordera y a su entorno. Y destaco la importancia del
rápidamente en estos casos, ya que brindándole a Nadine a su edad una audición casi normal, pudimos evitar que esta nena desarrollara trastornos en su lenguaje, en su habla y posteriormente en su escritura. Pudimos lograr que Nadine se insertara en su medio y estableciera juegos y diálogos con sus amiguitos y con sus maestras; es decir: pudimos hacer que se sociabilizara, porque claro, de la otra forma se estaba perdiendo de participar en este mundo sonoro.
En su sesión final, cuando Nadine vino a calibrar sus audífonos por última vez, todas (la mamá, la nena, mi jefa y yo) terminamos a las lagrimitas. Ella, porque ya no vendría más a
"jugar con los ruiditos" tan seguido. Su mamá, porque estaba agradecida y maravillada de ver los cambios positivos en su hija. Nosotras, por la satisfacción de la tarea cumplida, sumado a los dos motivos anteriores.
Nos dejaron de recuerdo una emotiva carta de agradecimiento de parte de los papás y hermanitas, un hermoso dibujito que nos hizo Nadine, y un pequeño presente, que no era más que algo simbólico pero regalado con toda el alma y el agradecimiento que puede dar una familia a la cual le devolvimos una sonrisa.
Este post, que quizás sea el primero de una serie que tengo en mente, tiene un doble objetivo para mí:
El primero es personal: Rememorar los años en los que, por otras circunstancias de mi vida que no vienen al caso mencionar, tenía la posibilidad de ejercer la carrera que estudié (Licenciatura en Fonoaudiología) y que actualmente se reduce a una serie de conocimientos en mi cabeza y a un título prolijamente guardado, pero lamentablemente en desuso.
El segundo es más social: Y es poder rescatar que a veces, a pesar de todos los maltratos y las miserias que de hecho existen en la Salud Pública de nuestro país, pequeños personajes anónimos seguimos aportando nuestros granitos de arena para velar por la salud de nuestros prójimos y brindarles lo que se merecen, a pesar de la burocracia, la corrupción, los manejos políticos y la falta de recursos.
Espero no haberlos aburrido.
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