Todavía soy capaz de rememorar la mezcla de sensaciones que me abordaban en ese momento: alegría, excitación, miedo, emoción.
Aún me restaban cursar un poco menos de dos años de carrera, cuando me ofrecieron tener mi primer paciente, en forma particular.
Como ya comenté en otras oportunidades, yo trabajo en un colegio alemán, del cual además soy ex alumna. Por ende, hablo alemán.
La directora del jardín de infantes me comentó en ese entonces que había venido una señora austríaca queriendo inscribir a su hijo en el jardín para el ciclo lectivo del año siguiente. En ese momento, el nene estaba cursando sala de 3 en un colegio inglés de la zona. Y era un nene que presentaba algunas dificultades. Había nacido con un extraño síndrome neurológico que aún no estaba del todo bien diagnosticado, sufría de ataques epilépticos, y tenía en consecuencia múltiples retrasos en su desarrollo, entre los cuales se encontraba un retardo en el lenguaje.
El desafío planteado era hacerle un diagnóstico del nivel lingüístico en el que se encontraba el nene, para ver si estaba en condiciones de ingresar a nuestro jardín, y, además, diseñar y llevar a cabo su tratamiento de estimulación.
El problema, además, era que este nene tenía una "ensalada idiomática": en la casa, su mamá y su papá le hablaban en alemán; en el colegio, las maestras jardineras le hablaban en inglés; sus compañeritos y demás miembros de su entorno, en castellano. Por lo cual, se hacía imperioso que su fonoaudióloga dominara todos estos idiomas. Y ahí es donde entro yo en escena.
Del miedo ante la magnitud del desafío planteado, abordé la terapia en conjunto con Lorena, una compañera mía de facultad y gran amiga, que a pesar de que no sabía ninguno de los otros dos idiomas, me podía ayudar en el tratamiento.
Así fue como conocimos a Michael y a toda su familia.
Al principio, este nene estaba absolutamente desconectado del mundo. Prácticamente no se relacionaba con los demás y jugaba solo. Poco a poco, pudimos ir revirtiendo esta situación, y simultáneamente leíamos estudios, consultábamos con docentes de nuestra carrera (fonoaudiólogas y también médicos pediatras, neurólogos y psicólogos) sobre qué hacer con un caso como éste. Inclusive nos ofrecieron presentar el caso en un congreso, pero no nos animamos.
La terapia con Michael duró unos 6 meses, durante los cuales logramos que pudiera jugar en grupo bajo determinadas reglas, que se conectara más con los otros, e inclusive pudimos hacer que dejara de usar pañales. Pero todo esto no alcanzó para que Michael pudiera ingresar en nuestro jardín de infantes. A fin de año, tuvimos que presentarnos en entrevista ante la directora y las maestras del jardín del colegio inglés al que iba y llevar nuestras conclusiones de la terapia. Esto tampoco le permitió a Michael permanecer en ese colegio. Y fui yo la encargada de comunicarle a Gabi (la mamá) todas estas noticias, mientras ella me escuchaba con lágrimas en los ojos y refunfuñaba en alemán.
Un día de diciembre, Gabi me comunicó que ella partiría con el nene a Austria. Lo planteó en principio como
vacaciones y que además vería qué podrían hacer profesionales europeos por su hijo. Pero tanto Lorena como yo, sabíamos que ya no volverían. Tácitamente sabíamos que los problemas de Michael habían hecho tambalear (y quizás caer) el matrimonio de estos papás; que Gabi nunca se había podido adaptar a Buenos Aires y que aquí no se sentía cómoda ni contenida.
Ese día tuvimos nuestra última sesión, como siempre. Jugamos con esa dulzura rubia de ojos celestes, como siempre. Le dejamos algunos de nuestros
chiches terapéuticos de regalo. Él nos hizo un dibujito. Y yo me quedé, además, con los cassettes donde tengo grabadas algunas sesiones de la época en la que buscábamos generarle su primera palabra, misión que logramos un día en el que nos dijo claramente "Ball" (pelota) y Lorena, Gabi y yo saltábamos de alegría y hasta brindamos con champagne.
Nos despedimos y sabíamos que, por más que Gabi nos decía lo contrario, no iban a volver.
Esa Navidad, me sorprendió (o en realidad,
no me sorprendió) un mensaje en el contestador de mi casa, donde una mujer hablaba en alemán:
"Hola Naty, somos Gabi y Michael. Queríamos desearte una muy feliz Navidad y decirte que estamos muy bien, que Michael está bien, haciendo aquí su tratamiento y que vamos a quedarnos a vivir en Austria. Gracias por todo lo que hiciste por nosotros. Te mandamos un abrazo muy fuerte a vos y saludos también a Lorena. Feliz Navidad".Etiquetas: La Licenciada