De febrero a abril del año 2001 cursé la última materia de mi carrera. Se trata de una Capacitación Práctica Hospitalaria, donde a cada una de las futuras egresadas se le asigna un hospital público en el que trabajarán como fonoaudiólogas durante tres meses. A mí me tocó ejercer en el hospital
Héroes de Malvinas, de Merlo. Es decir, que durante tres meses fui y vine de Belgrano a Merlo todos los martes y sábados. Sí. Bueh.
La cuestión es que la jefa de servicio era una mina muy copada y abierta (no así mis compañeras de hospital, pero bueno... ese es otro tema) y como el año anterior yo había hecho una investigación acerca de la importancia de la evaluación auditiva en recién nacidos para la detección precoz de eventuales sorderas, se lo comenté y le pareció una buena idea implementarlo en el hospital.
Diseñé el programa y, entonces, cada sábado tipo 3 de la tarde subíamos a la Unidad de Terapia Intensiva Neonatal (UTIN) y evaluábamos a los bebés allí internados, que son quienes más riesgo tienen de sufrir trastornos auditivos.
Una tarde nos informan acerca de un caso muy especial, una beba a la cual no podíamos evaluar aún. Se trataba de un intento "casero" de aborto de un feto de 5 meses y medio (su edad gestacional exacta no la recuerdo). Como la mayoría sabemos, los abortos son efectivos en el primer trimestre de embarazo. Después, se complica. Y bueno, acá en vez de un aborto, la mamá de esta beba se provocó el parto recontra prematuro.
Cuando llegamos a la incubadora de esta nena (que aún no tenía nombre), encontramos a un bebé en miniatura, muy pero muy inmaduro, conectado a millones de máquinas y monitores. Realmente impresionaba muchísimo.
El siguiente sábado nos enteramos que a la nena la habían llamado
Milagros. Mejor puesto el nombre, imposible. Era un milagro que esa nena estuviera viva. Y así fue como cada sábado lo primero que hacíamos al llegar a la UTIN era preguntar por Milagros, leer su historia clínica para ver su evolución y observarla un rato largo, en silencio. La veíamos crecer de a milímetros, semana a semana.
Cuando ya casi estaba terminando la Capacitación, subimos un sábado como cualquier otro a la UTIN. Pero la incubadora de Milagros ya no estaba.
Nos miramos entre todas, en silencio, con los ojos bien abiertos. Hasta que una de nosotras se animó a preguntarle a una de las enfermeras:
"¿Y Milagros? ¿Pasó algo?"
"Sí, pasó... Pasó a Terapia Intermedia. Milagritos está evolucionando muy bien."
Nos volvió el alma al cuerpo.
Unas semanas más tarde yo terminé la Capacitación y, lógicamente, nunca supe cuál fue la suerte de Milagros. Lo que sé es que nunca olvidaré aquella imagen: la bronca, la tristeza, la impresión y la impotencia que sentí al verla por primera vez, tan chiquita y conectada a tantas cosas. Sin tener la culpa de nada. Con una madre que quién sabe qué problemas tendría con su existencia y por qué habría intentado tomar aquella determinación.
Ojalá Milagros haya tenido una buena vida. Ojalá haya tenido
vida.
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