Durante mis últimos quince años me tomé el trabajo (fino) de desestructurar a mi papá. Él siempre fue una persona bastante inflexible y conservadora, y no fue muy permisivo conmigo, cuando arrancó mi etapa adolescente y yo quería, por ejemplo, salir con mis amigos los fines de semana a la noche e ir a bailar. Cada tanto me dejaba, pero no todas las semanas. Y cada vez que le pedía permiso para salir, era toda una historia. Mi hermana mayor no ayudó mucho, ya que ella nunca fue una persona de salir mucho, entonces no me allanó el camino. Me lo tuve que hacer solita, a pesar de ser la menor.
La primera vez que me dejó ir a bailar yo tenía 13 años, y el lugar elegido fue la matiné de
New York City. A las 12 en punto me pasó a buscar por la puerta. Y el ritual se repitió durante los dos años siguientes.
A los 15 comenzamos a frecuentar
Engelberg (boliche que luego se llamó
Los Cabos), pero en vez de ir a la matiné, íbamos a la noche (sí, éramos re bananas y nos sumábamos edad!). Yo tenía la suerte que una de mis amigas vivía en ese entonces a cuatro cuadras del boliche. Entonces le decía a mi papá que me iba a la matiné y que me quedaba a dormir en lo de Julieta, cuando en realidad nos juntábamos allí temprano para vestirnos, maquillarnos y hablar de chicos hasta que se hiciera la hora de ir al boliche, volvíamos re tarde, y yo después el domingo al mediodía me levantaba sola, como podía, y me tomaba el 60 hasta mi casa para poder estar en el almuerzo familiar y no despertar la ira de papi.
A los 17 me puse de novia y ahí fue cuando papá empezó a relajar. Veía que mi novio siempre me traía hasta casa y que además yo seguía cumpliendo los horarios de
toque de queda que él me imponía. A los 18 logré convencerlo de que me dejara ir de vacaciones sola con mi novio. A mis 21, fue mi padre quien gestionó ante mi mamá todos los chamuyos y excusas necesarias para que yo me pudiera ir a vivir sola a lo que hasta ese entonces había sido la casa de mi abuela, quien había fallecido unos meses atrás. En ese entonces yo seguía de novia, y, aunque me sorprendió la gestión y la propuesta de mi papá, más me sorprendí cuando una noche, en reunión familiar, escuché cómo él le decía a uno de mis tíos: "Naty vive sola y por más que yo sé que
X (nombre de mi entonces novio) va a visitarla, estoy seguro que no se queda a dormir con ella, porque yo a Naty le pedí que respetara lo que había sido la casa de su abuela"! Pobre...si hubiese sabido que
X dormía en casa 4 de las 7 noches que tiene una semana...
A los pocos meses, la relación con
X se terminó y yo me dediqué a salir (y entrar a mi casa) con quien se me antojara. Mi papá no tenía por qué enterarse, pero obviamente se daba cuenta. No le quedó otra que seguir relajando. Además,
la nena crecía y ya se le complicaba controlarla.
Durante los 2 años que salí con
Y, nunca blanqueé la relación ante mi familia. Lo conocían, lo escuchaban nombrar, sabían que salía frecuentemente con él, pero yo no le había puesto ningún título oficial. Transcurriendo el año nuevo del 2003, me senté y le dije a mi papá: "El 3 de enero me voy a pasar 3 días con
Y a San Pedro". Inocentemente, pensé que esta frase iba a desatar una batalla de preguntas y cuestionamientos. Pero sorprendentemente, mi papá sólo me dijo: "Bueno, buen viaje y decile a
Y que maneje con cuidado. Traeme una bolsa de naranjas". Ahí empecé a sospechar que mi trabajo de desestructuramiento había hecho efecto.
Últimamente comienzo a pensar que se me fue de las manos. En la última reunión familiar, se entabló el siguiente diálogo:
- ¿Y? ¿Cuándo me vas a presentar un novio?
- Probablemente el día que te traiga mi participación de casamiento, pá.
- Dale, que yo ya tengo ganas de ser abuelo!
- Que la boca se te haga a un lado!
- Bueno... Igual, posibilidades no faltan, ¿no? No tenés cara de pasarla tan mal...
- ...
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