Suelo fantasear con vidas paralelas. En general este mecanismo es una escapatoria al stress, o una gran muestra de mi cobardía. Vivo una vida simple y como soy muy autocrítica, me reprocho constantemente no haber tenido el valor suficiente para jugarme por algunas cosas. Pero no me angustio. Si de algo estoy agradecida es de tener entonces esta gran capacidad para imaginar y para jugar. Por eso me gusta pensarme en otros lados, haciendo otras cosas, rodeada de otra gente, teniendo otras habilidades. Sólo un ratito. Y después vuelvo.
Hay un escenario que es mi favorito a la hora de imaginar. La playa.
Durante años dibujé en mi mente una vida en un pueblo chico sobre el mar, sin edificios, con una plaza de corazón y un par de manzanas de casas bajas alrededor. Un lugar donde los días fueran largos y las noches iluminadas. Donde hiciera siempre calor. Un lugar donde la naturaleza me proveyera de sus más dulces y jugosas frutas (cocos, mangos, bananas, sandías, ananá). Donde el mar fuera tan azul como cálido, de manera tal que me permitiera sumergirme en él cuando quisiera.
Yo quería vivir en un lugar así. Tener un bar en la playa. Preparar licuados, ensaladas de fruta, y por las noches, fiestas con tragos y música. Caminar todo el día en bikini y pareo. Que mi piel desprendiera ese olorcito a sol y a bronceador. Aprender a surfear. Así. Así me imagino viviendo una vida paralela. Y, como en toda fantasía, yo pensaba que ese lugar en el mundo no existía. O que si existía, yo no iba a conocerlo. Pero me equivoqué.

En enero del año 2000 llegué mágicamente a ese lugar, y por eso a partir de ese momento tuvo nombre propio:
Atacames, una playa en el norte de Ecuador.
Un lugar donde nunca llueve y siempre hace calor. Donde el océano Pacífico baña sus playas con la temperatura ideal para nadar cuando quiera y después secarme al sol en una hamaca. Un lugar donde los propietarios del
"Guido's Bar" (mi bar soñado sobre la playa, construido íntegramente de troncos, cañas y palmeras) me adoptaron como a una más y me empalagaron de batidos de ananá, agua de coco, licuados de banana, ensaladas de fruta con leche condensada y tragos exóticos hechos a base de granadina y sandía, todo esto
de onda, sin costo alguno para mi billetera. Un lugar donde por las noches la luna gobernaba a la marea e iluminaba las fiestas que duraban hasta el amanecer y donde las piernas me quedaban hinchadas de tanto (intentar) bailar salsa en la arena.
Un lugar donde no me sentí turista. Quizás porque ellos me hicieron sentir así. O quizás porque ése era justamente el lugar de mis sueños.
Seguramente si volviera, nada sería igual a esos cinco días en los cuales viví allí, en mi fantasía hecha realidad. Pero no importa. Está en mi mente. Está en las fotos de ese viaje. Está en el diario de viaje y en mi recuerdo. Y sigue estando en mis sueños cada vez que el stress me pide transportarme hacia mi vida paralela.
A ellos: José, Guido, Pedro y el Tano (sí, aún hoy recuerdo sus nombres y sus caras) va dedicado este post, junto con una gran partecita en la responsabilidad de la elección del nombre de este blog.
El Mar Azul es el mar de Atacames. Es mi lugar. Y aunque nunca lean este post: gracias por haberlo hecho real. Gracias por permitirme vivir mi vida paralela aunque fuera por cinco días.
Papelito (como ustedes me apodaron) nunca los va a olvidar.
Obviamente las fotos nunca representan lo que fue, pero no quería dejar de ilustrar este post.Etiquetas: Viajes