Me encanta cuando por momentos puedo jugar a vivir un ratito según las costumbres del
new rich lifestyle.
¿Dónde estaba yo el sábado a la noche? No, no estaba en el
Brahma Moonpark saltando al ritmo de Cattáneo y Digweed. Estaba en el jardín de una casa en un barrio privado en Ezeiza. ¿Qué estaba haciendo? Alternaba entre las siguientes tres actividades: comer manjares de las tablas de quesos y fiambres que estaban sobre las mesas, probar los diferentes tragos que preparaba el señorito de la barra, y/o bailar clásicos de los ochenta y principios de los noventa. Y créanme que cuando los tragos están tan buenos que ni se les nota que tienen alcohol (y entonces el daikiri de ananá parece que fuera juguito de Sugus azules, y el de frutilla tiene gusto a gelatina sin solidificar), todo se torna mucho más peligroso. La alegría etílica llega más rápido, yo sé lo que les digo.
¿Por qué estaba ahí? Porque en esa casa vive el hermano de mi mejor amiga Caro, y estábamos festejando el cumpleaños de la cuñada. Esta casa es la
ópera prima de Caro (quien, por si no lo saben, es arquitecta) y se convertirá en nuestra vivienda de verano estas vacaciones mientras su hermano y su cuñada se vayan a no sé dónde y nosotras nos quedemos en Buenos Aires (ella, trabajando y yo, ahorrando para mayo), viviendo bajo las normas del
new rich lifestyle. Detalle: la casa tiene una enorme pileta climatizada con jacuzzi. Sepanlo.
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