jueves, enero 13, 2005 |
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Hoy: M. M. fue mi primer amor adolescente. De esos que se viven con pasión de telenovela venezolana e inundan páginas en un diario íntimo. Yo tenía 13 y el 15. Íbamos al mismo colegio. Yo era una rubia tímida (lo juro!) y no era la única de mi curso que estaba enamorada de él. Él paseaba sus rulos castaños por los pasillos del colegio, y cada vez que yo escuchaba su voz tan particular, algo me vibraba adentro. Creo que a partir de M. fue donde empecé a enamorarme también de las voces de los hombres, o de sus formas de hablar. Asistíamos juntos a dos talleres: "Plástica" y "Teatro". Y para mí no había fines de semana más felices que aquellos en los cuales ensayábamos los sábados a la mañana y yo traía medialunas que M. agradecía con una gran sonrisa. Me acuerdo de aquel sábado en el cual me escuchó con atención cuando yo le explicaba mi análisis acerca de la película "Pink Floyd The Wall" y él, que siempre fue soberbio y engreído, me dijo: "La verdad que es una excelente interpretación para alguien como vos, que tiene apenas 13 años". No supe si sentirme halagada o humillada. M. fue el primer hombre al cual le dediqué millones de hojas escritas en forma de diario, poesía, prosa o canciones. Miles de sueños tan románticos como cursis. Litros de lágrimas por el amor no correspondido. Más litros de saliva de todo lo que hablé acerca de él. Dos años así. Hasta que, como era lo habitual en mi colegio, él llegó al último año del Secundario y le tocó irse a Europa a vivir 5 meses en el programa de intercambio. Me animé y le escribí una carta donde le confesé mi amor. Nunca me contestó. Pero cuando volvió, me invitó a tomar un café. Y sin anestesia me explicó que él no estaba interesado en mí. Que el amor era otra cosa. Que era una cuestión recíproca entre dos personas, un sentimiento sublime. Y me pidió que cuando me enamorara en serio por primera vez y entendiera lo que él me explicaba, que se lo fuera a contar. También me deseó suerte como actriz, porque, según predecía él, yo iba a llegar muy lejos actuando... La última vez que lo vi fue la noche que arrancaba el año 2000, en una fiesta en la calle. Yo sabía que él estaba viviendo en Barcelona y que había venido a recibir el año junto a su familia. En cuanto me vio, me abrazó, me deseó feliz año nuevo y, sumido en su mundo de las pastillitas de colores del amor, me dijo: "Naty, éste es el milenio del amor. Qué linda estás...". Le sonreí. Le di un beso en la mejilla derecha y me fui a bailar con mis amigas. Fue mi manera de agradecerme a mí misma el simple acto que me evitó haber sumado una relación destructiva más a mi vida.Etiquetas: Mar de amores |
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