Yo sé que en algún retorcido lugar de sus mentes, todos vienen a leer este blog porque les encanta descubrir todas las facetas que una rubia puede desplegar. Mucho se ha hablado ya de ese tema en este espacio, y les he descripto ampliamente los beneficios que nos trae poder desplegar una o varias de esas facetas a la hora de lograr objetivos.
Pero una rubia no nace sabiendo todo esto. Hay cosas que se van aprendiendo, ya sea porque la vida te enseña cómo defenderte cuando intentás, por ejemplo, demostrar que no sos una rubia tonta, o bien porque otros te transmiten sus experiencias y saberes.
¿A qué viene todo esto? Veamos. Una rubia cheta del barrio de Belgrano tiene que saber desenvolverse con propiedad ante otros chetos, otros co-Belgranienses, u otras personas de la
high society, sin desentonar. Y una de las maneras que tiene para expresar su status social es, justamente, el lenguaje.
Es muy importante (?) saber qué palabras pueden usarse y cuáles no. En la jerga de la
high no se dice que algo es
grasa, sino que algo es
pardo. Por eso, si tienen pensado venir a visitarme al barrio o codearse con gente como uno, les voy contando cómo se habla con propiedad:
Deben saber que el color
rojo no se llama así, sino
colorado.
Que no se dice "me voy a
cenar", sino "me voy a
comer". Cena hay una sola y es la última, la de Cristo.
Usar las palabras
dormitorio, pieza u
habitación es pardo. Se dice
cuarto.
El
traje de baño nunca se llama
bikini ni
dos piezas. Mucho menos,
malla. Eso es pardo mal.
Los objetos o las personas son
lindas o
bellas. Vayan tachando
hermoso de sus diccionarios.
Coche tampoco. Hay que usar
auto (¿se dirá también "la mar en auto"?).
El cónyuge es el
marido o la
mujer.
Esposas (o
esposos) usa la policía. O los sados.
Y si uno llama por teléfono y quiere indagar acerca de la presencia o no en el hogar de una persona, nunca debe preguntar "¿
Se encuentra (o
se encontraría) Fulano?". O sea, Fulano no se perdió.
Ejemplos hay más, pero no los quiero atosigar. Vayan procesando éstos.
Otro día quizás les dé la lección número dos.
Etiquetas: Lecciones de vida