Nos tendió una trampa perfecta con anticipación. Aún resuenan sus palabras en el teléfono antes de partir: "Vénganse a casa, que yo voy a estar sola con una amiga y tengo todo el departamento disponible. Cancelen la reserva del hotel, ni se les ocurra gastar plata en hospedaje".
Genial. Eso hicimos. Pero yo no disimulé mi expresión de desacuerdo. Algo presentía. Las brujas tenemos ese instinto, ese olfato para detectar a otras brujas. Pero nadie me hizo caso.
Arribando a destino, la llamé por teléfono para pedirle coordenadas y orientación para llegar al departamento. Ya en ese momento me atendió de mala gana y me respondió: "Ah no sé, yo no tengo idea...". Nos la ingeniamos como pudimos y conseguimos llegar. La mala vibra se hizo sentir apenas traspasamos la puerta del departamento y vimos el empapelado floreado y los cuadros chinos que colgaban de las paredes.
"Estos son los colchones que pueden usar", nos dijo. Y no hubo más ofrecimientos en toda la estadía. Ni frazadas, ni sábanas. Ni siquiera un vaso de agua. Tampoco mate ni café por la mañana. Sólo escuchamos malos presagios salir de su boca: "Cuidado que están afanando mucho". "Tengan en cuenta que acá a las 5 de la tarde se nubla y se acaba el día de playa". "Miren que está anunciado lluvia para el resto del fin de semana". Así, uno tras otro.
Nos fuimos a dormir y a las 9 de la mañana del día siguiente ya estábamos despiertas. El dolor de espalda no nos permitía seguir durmiendo. Nos pusimos la bikini, armamos la mochilita y salimos de allí en cuanto pudimos. Queríamos tenerla a ella y a su silenciosa amiga lo más lejos posible. Pasamos todo el día en la playa, e inclusive nos duchamos en el balneario. Ni se nos ocurría pedirle la ducha prestada a ella.
Cuando estábamos volviendo, me sonó el teléfono. "¿Dónde están?", me gritó. Le expliqué que estábamos volviendo y ella me apuró: "Vengan ya, que yo me tengo que ir a un asado". Convencerla de que nos dejara la llave del departamento fue un triunfo inigualable. Tuvimos que garantizarle que no saldríamos más que al local de enfrente a comprar comida. Cuando volvió, me advirtió que a la mañana siguiente se levantaría temprano para limpiar el departamento y dejarlo en condiciones antes de partir. Nos fuimos a dormir y a mí no se me ocurrió mejor idea que correr una silla que me impedía tirar mi colchón en el piso, con tanta mala suerte que la silla golpeó una lámpara, que no se rompió, pero sí hizo mucho ruido. Ella vino corriendo desde su habitación y me gritó: "Por favor, no rompan nada. Acá las cosas se cuidaron durante toda una vida y, la verdad, todo tiene un límite. Sino la que tiene que poner la cara soy yo". Me mordí la lengua para no contestarle y me tragué todo mi veneno. Me dormí resoplando, pero mi sueño fue corto. A las 6.40 en punto, ella se levantó, prendió la luz y comenzó a ordenar el departamento. En silencio, nosotras entendimos el mensaje y también nos levantamos. Hicimos nuestros bolsos y veinte minutos más tarde la despedimos con un simple "Chau". Nada de gracias. ¿Gracias por qué? ¿Por habernos torturado durante dos días?
A las 8 estábamos en el Manolo de la playa desayunando churros rellenos junto a otros que venían de bailar. Nosotras también habíamos tenido baile, pero de otro tipo. Por suerte nos reímos de los maltratos que sufrimos durante todo el viaje. Se perdió una supuesta amiga, pero otros vínculos se fortalecieron.
Adorada Mariela: disculpanos si te jodimos tanto la vida en esas 48 horas. Sólo queremos recordarte que vos nos invitaste y que por ende no se entendió tu actitud, que parecía como si hubiéramos caído de prepo en tu casa a cagarte los últimos dos días de tus vacaciones. Metete tu departamento marplatense en el culo, junto con tu mala onda. Quizás así sientas un poco de placer, que por lo visto es una sensación que hace rato no experimentás.Etiquetas: 5 minutos de odio, Viajes