Hoy: C.Con C. éramos compañeritos de curso desde 1º grado, pero digamos que hasta nuestro último año del Secundario nunca nos habíamos prestado demasiada atención. Pertenecíamos a grupos diferentes y él pasaba totalmente desapercibido para mí. Y yo para él también. Hasta que una noche de septiembre, coincidimos en el altillo de la casa de un amigo donde los varones solían juntarse los fines de semana a beber descontroladamente y C. me desafió a una competencia de
fondos blancos. Media hora más tarde, nos besábamos en la parada del 59 de Cabildo y Virrey del Pino. Dos días más tarde, nos poníamos de novios.
El comienzo de nuestro noviazgo fue una sensación muy rara. Fue una sorpresa para todos nuestros compañeros de curso, y para nosotros dos también. Realmente era como conocernos de cero. Yo era su primera novia. Él era mi primer novio y también fue mi primer hombre.
Preparamos esa primera vez con tranquilidad y naturalidad. Mientras contábamos los días que faltaban para que sus papás se fueran de viaje ese fin de semana, yo hice las consultas médicas necesarias y me informé acerca de cómo cuidarme. Me compré un conjunto de encaje para estrenar esa noche. Él me esperó con champagne frío, y a pesar de que mentalmente yo no estaba nerviosa, evidentemente mi cuerpo sí lo estaba. Sin embargo, todo salió bien y C. supo darme toda la contención necesaria.
A partir de ahí nos dedicamos a mejorarnos. Crecimos y cambiamos mucho a lo largo de los casi cinco años que estuvimos juntos. Atesoramos increíbles momentos, como nuestras primeras vacaciones juntos en Chile y los veranos en La Paloma (Uruguay) o los fines de semana en el campo de sus tíos. Cambiamos de carrera, cambiamos de trabajo, llegaron amigos nuevos y otros se perdieron por el camino. Las familias de ambos se adoptaron mutuamente y de pronto la relación cayó en uno de esos puntos críticos donde la inflexión te hace derivar en la necesidad imperiosa de tomar una decisión. Estábamos por recibirnos y yo acababa de mudarme sola. El número
cinco (años) se nos aproximaba y la sombra de una tercera persona comenzó a sobrevolarnos, oscureciendo cada vez más la relación.
Fue entonces cuando C., aquella persona con la que infantilmente yo pensé que envejecería y tendría descendencia, me enseñó que a veces el alma humana puede ser oscura y fría, aunque creas estar observando a quien aparentemente sería incapaz de hacerte mal.
C. me enseñó el sabor de la traición sucia y planificada. Tuvo que alejarse miles de kilómetros para engañarme con quien hoy en día es su esposa, perpetrando en mí esta marca imborrable que me recordará de por vida que la confianza ciega es un espejismo que nunca más quiero experimentar. Y duele. Y pesa que sea así, pero fue lo que me tocó vivir. Injustamente para quienes vinieron después que él, C. sentó un precedente marcando a fuego la frase
"Nunca más volverás a confiar en un hombre".Tres años después, C. me llamó para pedirme perdón. Ese día sentí que nuestra historia estaba cerrada definitivamente y que todas las cuentas estaban saldadas. A partir de ese día pude recordarlo con la sonrisa que merece cada momento bueno compartido, y esconder debajo de la alfombra los que no lo fueron tanto. A partir de ese día todo dolor se suavizó y es por eso que ocupa y seguirá ocupando por siempre un lugar especial en mi corazón. Ya no hay amor ni nada que se le parezca, pero nuestra relación es un tesoro y su imagen jamás competirá con la de ningún otro ocupante de mi corazón. Simplemente porque su lugar es suyo y de nadie más. Simplemente porque el primer amor es indeleble.
Etiquetas: Mar de amores