Había una vez, un Príncipe que estaba muy triste porque no podía encontrar a la Princesa de sus sueños. Por más que él se esforzaba y asistía a todas las fiestas, bailes y kermesses, no podía hallar en todo su reino a una mujer que lo conformara.
Como esto lo tenía muy afligido, todas las noches el Príncipe se internaba en los densos bosques de su reino, donde podía estar en soledad, llorar, meditar y compadecerse por la gran tristeza que le ocasionaba la falta de amor.
Cierta noche, el Príncipe se encontraba llorando sentado bajo la densa copa de un árbol, cuando se le acercó una luciérnaga.
-¿Por qué lloras?- le preguntó la luciérnaga, mientras hacía parpadear su luz.
-Porque no puedo encontrar a mi Princesa- le respondió el Príncipe.
-¿Y qué haces en este bosque? Es de noche. ¿No tienes miedo de estar aquí, solo?
-Es que durante el día me la paso buscando y buscando al amor. Y, como no logro encontrarlo y me pongo muy triste, por las noches vengo al bosque a llorar, donde nadie puede ver las lágrimas que brotan de mis ojos. Me da mucha vergüenza que las personas me vean afligido. De esa forma, nadie llegaría a enamorarse de mí.
-Bueno, yo soy una simple luciérnaga. Puedes confiar en mí. Permíteme que te haga compañía.
Y así fue como cada noche a partir de aquella, el Príncipe se adentraba en el bosque a encontrarse con su nueva amiga la luciérnaga, quien lo acompañaba con su luz y escuchaba los lamentos del Príncipe. Se hicieron grandes amigos y poco a poco la luciérnaga logró ir transformando aquellas noches pobladas de tristeza en risas y alegrías.
Hasta que una noche, el Príncipe le dijo:
-Querida luciérnaga: has logrado borrar la angustia de mi corazón. Con tu luz, has alumbrado mis penumbras, iluminando mi alma, y ahora soy un hombre más feliz. ¡Cómo desearía que exista una mujer con tu bondad y tu belleza! Si así fuera, no dudaría un solo instante en desposarla y convertirla en mi Princesa.
Al decir esto, una ráfaga de estrellitas de colores se apoderó del bosque y rodeó a la luciérnaga, transformando al luminoso insecto en una hermosa mujer de cabellos enrulados y ojos azules.
-Adorado Príncipe: has comprendido finalmente que, a veces, para encontrar no hace falta buscar. Con tus sinceras palabras has logrado vencer el maleficio que yacía sobre mí, devolviéndome la imagen de mujer, simplemente porque fuiste capaz de valorar la belleza de mi alma por sobre mi forma exterior.
El Príncipe la besó largamente y unas semanas más tarde se celebró la boda real.
-Te amo porque le has dado luz a mis partes más oscuras- le dijo esa noche el Príncipe, mientras bailaban el vals.
-Y yo te amo porque has sido capaz de ver mi luz.
Y vivieron felices y comieron perdices.
Fin.Etiquetas: Cuentos