Hoy: P.Puede llegar a pasar que un buen día y de la nada conocemos a una persona. Empezamos a compartir cosas, nos vamos adentrando en su mundo y permitimos que el otro también conozca nuestras rutinas y rincones, hablamos, nos reímos, nos miramos, y de pronto se instala dentro nuestro una certeza: creemos haber encontrado a la persona con la cual fácilmente podríamos pasar el resto de nuestra vida. Porque sí, porque es así de simple, porque todo se da de una manera muy natural. Eso me pasó con P.
De P. me gustaba absolutamente todo, desde el primer día. Me obnubiló. Me hipnotizó con su mirada, con su voz, me encantaban sus besos y sus caricias, su forma de pensar, su manera de vivir, su cultura de chico de barrio, me hacía reír todo el tiempo, me contaba las mejores historias, me deleitaba con la música que producía, me fascinaba con su espíritu libre.
Pero fue ese mismo espíritu de libertad el que condenó nuestra relación. No precisamente porque volara de abrazo en abrazo, sino porque P. es un ciudadano del mundo y su alma inquieta no le permite permanecer en un mismo lugar durante demasiado tiempo. Y así fue como un día él estaba en Iguazú, al otro en Mar del Plata, otro en Brasil viviendo en una isla, más tarde fue Italia, luego España... y finalmente ahora y desde hace un tiempo nos separa la Cordillera de los Andes. Encontró su vocación y entonces se dedica a zurcar todos los cielos del mundo. Va y viene. Y cada tanto, viene. Y cuando viene y nos vemos, se trata de revivir esos momentos de un pasado que permanece intacto: reencontrarnos con litros de cerveza y escuchar sus miles de anécdotas internacionales y reírnos hasta que duele la panza. Él es así, y yo tuve que entenderlo. Y por más que durante un tiempo pretendí que se quedara a mi lado o que me pidiera que lo acompañara, no lo logré. En algún momento, en honor a la salud cardíaca de ambos, tuve que renunciar a esa sensación y a esas ganas de querer despertar cada mañana a su lado. Quizás a veces el amor es así y adopta estas maneras extrañas. No obstante todavía recuerdo perfectamente aquel día en el que me miraba muy profundamente a los ojos mientras me tenía abrazada y me cantaba "
Quisiera que esto dure para siempre...". Yo también lo quise, pero su espíritu nunca me perteneció. Y así es como P. sigue recorriendo el mundo y cada tanto aterriza entre mis brazos, sólo para recordarme que está bueno saber soltar al otro y entender que ciertas almas no nos pertenecen sino que son del mundo.
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