Una mujer es capaz de hacer cualquier cosa con tal de conseguir a
ese hombre que se le metió entre cejas. Es capaz de mentir, de jugar por detrás, de poner cara de angelito y ser en realidad un buitre. Es capaz de cagarse en sus propias amigas y, encima, cuando la mentira se descubre y se le cae la careta, es capaz de negar todo. Total, siempre es más fácil culpar a la testosterona. Como si los estrógenos y la progesterona no formaran un coctel lo suficientemente explosivo como para destruir al enemigo.
La mujer es más peligrosa porque la juega de callada. No se jacta, no necesita hacer alarde del despliegue estratégico que hizo, para ganar la admiración de sus amigas. Tal vez porque cuando la mujer se porta mal, no suele ser festejada, sino que es juzgada y castigada por sus pares. Una mujer buitre se queda sin amigas. Es así.
El hombre es más obvio, más evidente. No se aguanta relamerse solo, tiene que contarlo. Y si el hombre se porta mal y se caga en sus amigos hombres, de última se arregla a las piñas en una esquina y seguro que pasadas unas semanas va a estar sentado en un bar tomando unas birras con los pibes, como siempre.
El hombre es más pasional. Se manda de una, ni siquiera lo piensa tanto. Y bueno, después se hace cargo y ya fue. Tampoco le interesa demasiado. La mujer, no. La mujer tiene un plan mental complejo y teje tramas, piensa por los demás, investiga actitudes, define el momento preciso en el cual es oportuno atacar.
Pero el mundo es un pañuelo y hombres y mujeres coexistimos en el mismo hábitat. Nos relacionamos, nos conocemos, todo se mueve en un mismo círculo. Y así es como las mujeres solemos enterarnos, muchas veces gracias a un hombre (justamente), que
esa está jugando sucio.
Que esté redactado como "No desearás a la
mujer de tu prójimo" no quiere decir que no sea válido a la inversa. ¿O hace falta que redactemos el mandamiento 10bis: "No desearás al
hombre de tu prójima" para que quede más claro?
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