La vida cotidiana en la ciudad de Buenos Aires nos ofrece un amplio abanico de personajes. Solamente hay que estar atento para poder descubrirlos, encontrarlos. O, a veces, pareciera que se chocan con nosotros y que irrumpen en nuestra rutina de manera ruidosa e intempestiva. Tal es el caso de este muchacho con el que me topé ayer por la tarde al abordar el Ferrocarril Mitre ramal José L. Suárez en la estación Belgrano R.
Lamenté haberme perdido su show desde el comienzo. Si me hubiera subido una estación antes, seguro que lo enganchaba. Pero bueno, fue como cuando entrás al cine con la película ya empezada (cosa que nunca me pasa, soy de las que adora ver los trailers).
Cuando subí al tren, este joven de unos veintipico de años ya estaba en pleno show y
deleitaba a los pasajeros de mi vagón con su interpretación a capella de "Color esperanza" de Diego Torres (tema que, dicho sea de paso, aborrezco con todo mi corazón por varias razones, entre ellas porque me hace acordar a la siniestra época de desconcierto político y social en plena caída de Fernando De la Rúa, los saqueos, el quilombo en Plaza de Mayo, el helicóptero de la Casa Rosada, los cacerolazos, la subida del dólar y un año nuevo sensible).
Yo lo tenía al lado mío, y no sólo me taladraba el oído sino también la nariz, porque destilaba un interesante aroma etílico. De cualquier forma, lo mejor estaba por venir: sus
vibratos fingidos eran para enmarcar. Y ni hablar si encima les cuento que cambiaba siempre el verbo del verso (qué trabalenguoso!) que originalmente dice "
tentar al futuro con el corazón", y una vuelta dijo: "
entrar al futuro con el corazón" y a la siguiente: "
untar al futuro con el corazón" (plantéense esa imagen mental de un corazón untando al futuro; es brillante!).
Sobre el final, cambió los tiempos del tema y alargó cada verso como se le antojó, logrando una fascinante interpretación libre y un suspenso muy digno, continuando con el abuso de su supuesto vibrato. Habría que regalarle un metrónomo.
¿Se preguntan si lo aplaudieron? Claro que sí! Yo no, yo no pude. Pero le dediqué una sonrisa, que más que una sonrisa de aprobación y agradecimiento por su serenata, fue una contención de carcajada.
Para la próxima espero que me toque viajar con la nenita del acordeón y el nenito que aplaude mientras canta la Lambada. Adoro a estos personajes.
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