Y será porque vivimos en la era en la que solamente importa cómo nos ven los demás. Donde hay que mantener cuidado el maquillaje y mientras más te pongas, mejor, así nadie puede notar tus verdaderas expresiones.
Y es que será que sólo importa tener los abdominales chatos y una cola redonda y durita. La sonrisa tiene que ser blanca y perfecta, y no te olvides de mostrar todas esas perlas, no importa si tenés que ponerte ácido en las encías para que tus labios se expandan más.
Y será que exclusivamente cuenta lo que dice la etiqueta de aquella camisa que te estás quitando. Que tengas la piel suave, tersa, y que Dios y la centella asiática te libren de la celulitis y las estrías.
Que nadie te pregunte quién sos, qué pensás y qué sentís, sino cuánto tenés, cuánto querés y cuánto valés.
Que los sueños sean cosa de pobres, filósofos o sucios hippies artesanos. Acá sólo se escucha cuántos títulos y bienes están a tu nombre.
Tampoco importa lo que pienses del amor. Únicamente es necesario que seas un sultán en la cama (mientras más populoso sea tu harén, mejor). O una odalisca; imprescindible que domines la danza del vientre a la perfección.
Será entonces que transitando este milenio tan sintético y artificial, somos pocos los privilegiados que todavía podemos ver el alma de las personas, escucharlas, confiar, sentir, enamorarnos y saber que en algún lado hay otros locos como nosotros dando vueltas. Sólo es cuestión de revolver entre el plástico y encontrarlos.
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