Hace exactamente un mes, yo escribía esto en mi diario del viaje por Europa.Mientras en cada rincón sigue sonando el que parece ser por aquí el tema del verano, "
Gasolina", yo sigo aprendiéndome de memoria las colecciones de Zara, Miss Sixty, Blanco, El Corte Inglés y Sfera. Continúo en la búsqueda de un diseño que me sorprenda más allá de la calidad de sus telas. Los colores son demasiado apagados, y, además, en cuanto doy vuelta la etiqueta para ver el precio, me indigno pensando que en Buenos Aires podría comprarme tres prendas por ese mismo valor. También soy conciente de la cantidad de meses que van a pasar antes de que pueda ponerme alguna de estas ropas desabrigadas y veraniegas que me estoy llevando. Y no me gusta la moda
folk. Acá las españolas ya están preparando su uniforme estival, y si me quedara unos meses más, seguramente podría verlas a todas luciendo la misma pollera blanca, larga hasta los tobillos y amplia... que, dudo a todas les quede bien.
Si fuese por lo que se escucha en el hostel, tendría que decir que en vez de estar en Madrid, estoy en Estados Unidos. Acá está repleto de yankis y canadienses, que se pelean entre ellos como si fueran argentinos y chilenos. Y si alguien más osa insinuar que los argentinos somos demasiado insoportables, creo que es porque nunca tuvo que convivir rodeado de estos irrespetuosos angloparlantes que solamente vienen a Madrid a vivir las noches de joda (luego de haber pasado previamente por la movida de
Sensebéschen para ellos, San Sebastián para nosotros) y se asombran cuando escuchan que alguien que no es de
América (su concepto de América) sino de un ignoto país llamado
Aryenchina, habla su idioma, viaja sola, y conoce algo más que los boliches de la calle Huertas, que es lo único que ellos vieron de Madrid (bueno, vieron... hasta donde les permitió la borrachera... ¿Museo del Prado? ¿Qué es eso? ¿Puerta del Sol? ¿Ah?).
A todo esto, el de la Recepción se enoja cuando el argentino que trabaja en el bar le dice
gallego y dice: "
Coño, tío, que yo no soy de Galicia, soy madrileño!", hace los mismos chistes tontos cuando nos ve tomando mate ("
¿Ya se están drogando desde tan temprano?"), pide uno, se quema la lengua, putea, pregunta cómo coño soportamos tomar ese agua tan caliente, y se divierte cuando, a pedido del argentino del bar, le digo, con mi mejor acento porteño: "
Qué fuerrrrrte que estás!". Lo mejor de todo es que no estoy mintiendo.
Gallego (bueh... perdón:
madrileño!), si yo te llevara conmigo a Buenos Aires, sería la envidia del barrio.
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