El momento fue ese. Aquel en el que me detuve un segundo y te miré a los ojos, y supe que tus brazos eran el hogar en la cual quería habitar el resto de mi vida. Y hay veces en las que simplemente no quiero ni puedo apartarte la mirada. Y ahí puedo perderme durante segundos, minutos, horas enteras, en esa profundidad color chocolate.
Es sentir la inmensidad del amor en una sola mirada, y que paralelamente el resto del mundo deje de existir: sólo vos, yo, y esto que nos pasa.
Aquella noche sentí lo mismo que siento desde entonces y cada vez que te miro. Tuve la certeza y la seguridad de que finalmente te había encontrado.
Y entretanto ya llevamos ensayadas mil maneras de mirarnos, aún cuando estamos lejos. Probé mil formas de abrazarte, de tocarte, de besarte, de acariciarte. Mil maneras de decirte que te amo, de demostrártelo, de acompañarte, de incorporarte a mi vida. Y no, no me canso. Puedo seguir haciéndolo hasta el día en que me muera.
Llenaste mi casa de perfumes de fresias y jazmines... y no sólo eso.
Despertarme y verte dormido a mi lado me hace comenzar mis días con una sonrisa.
Hacés rebalsar mi vida de una felicidad que sigue creciendo más y más.
Tocaste mi corazón con una varita mágica y desde entonces sé que quiero vivir y morir en tu hechizo.
Gracias.Etiquetas: Él