El viernes pasado en mi colegio hicieron el encuentro por los diez años de egresados de mi curso. Que, en realidad, ya son once. Pero como el año pasado quedó suspendido, lo hicieron ahora.
Yo no pude ir porque esa misma noche estaba trabajando en un evento, pero obviamente la mandé a mi
roommate-mejor amiga-secuaz-y-cómplice Carolina, en representación. Y no la mandé sola: le hice llevar la camarita digital!
El fin de semana Caro se estuvo dedicando a pasarme todos los reportes de su misión de espionaje y me mostró las fotos como prueba. De hecho, todos terminaron acá en nuestra casa comiendo pizza y tomando cerveza hasta altas horas de la madrugada.
Más de la mitad de los chicos de nuestra promoción están viviendo en el exterior, repartidos entre: Alemania, España, Italia, Estados Unidos, Suiza y Uruguay.
De los que quedaron acá y estuvieron el viernes, se puede establecer que:
* los que están casados y con hijos son los que aparentan estar más avejentados.
* hay otros que están tan iguales que pareciera que siguen teniendo 18 años.
* algunos son como el vino y mejoraron con los años.
* el langa carilindo del curso está (misteriosamente!) gordo, feo y perdió toda la onda.
Y yo me quedé pensando qué tipo de sorpresa podría haber dado yo de haber asistido al encuentro. Y no, no estoy tan cambiada físicamente. No me casé. No tengo hijos. No me fui.
Y luego de pensarlo durante algunas horas me di cuenta que yo doy la
sorpresa intelectual: aquella que era buena alumna, que sacaba buenas notas, y que todos sabían que "le iba a ir bien en cualquier actividad o carrera que emprendiera" sigue, a los 28 años, buscando su vocación y su camino en esta vida.
¿Me duele? ¿Me bajonea? ¿Me arrepiento?
En absoluto!
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