Que el teléfono suene un martes a las 2 de la madrugada no está bueno. Y si del otro lado te empiezan a hablar en francés, cuando vos apenás tuviste la mínima lucidez -luego de 4 timbrazos, cuando la distancia a recorrer entre el aparato y tu mano es de 30 centímetros- de agarrar el teléfono y atender, mucho menos. Pero si en una de esas lográs entender que te están llamando desde el aeropuerto de Charles de Gaulle para avisarte que encontraron tu valija y que te la van a estar mandando en el próximo vuelo de Air France que sale de Paris el martes a la noche y que por consiguiente el miércoles a la mañana la vas a tener en la puerta de tu casa, las cosas cambian y te despertás de una. Creeme.
Valija azul está en casa.
Aparentemente llegó con su contenido intacto, salvo que el paquete de yerba mate se rompió y por ende tengo yerba desperdigada entre toda mi ropa, con la consecuente fiaca para desarmarla, limpiar, lavar la ropa y chequear que esté todito. Ah, eso sí: el candadito brilla por su ausencia. Todavía no sé cómo vencieron a la tentación de quedarse con el tinto que había ahí adentro. O los chocolates. Pero bueno, acá está, recuperé todas mis cosas.
Igual estos señores no zafan de que les mande una cartita, y no precisamente para agradecerles.
Con respecto a la valija en sí, todavía no decidí qué haré con ella. Por ahora está en penitencia, en cuarentena. Creo que la eché demasiado de menos como para castigarla y quemarla tal como habia dicho. No sé, necesito pensarlo...
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