Hoy en día, en cuanto se te viene a la mente un tema musical y tenés ganas de escucharlo, abrís el eMule o el programa que uses, lo buscás, y a los pocos minutos estás disfrutándolo desde tu máquina.
Atrás quedaron aquellos tiempos adolescentes en los cuales pasábamos tardes o fines de semana enteros con la radio sintonizada y un cassette virgen preparado en
rec+play+pause para largar el pause y grabar ese tema que estábamos queriendo inmortalizar en nuestra cinta de audio. Y si lográbamos engancharlo enterito, sin que el locutor de turno lo pisara o apareciera el nombre de la emisora manchándolo, nos sentíamos unos grandes.
La costumbre de coleccionar música es algo que tanto mi hermana como yo heredamos de mi papá. No sólo porque a él de por sí le encantaba comprar cassettes y tenía toda una pared entera del living de su casa repleta de sus colecciones, sino porque además ya le venía la cosa
pirata y en su equipo Blaupunkt (que en ese momento era) de última generación, podíamos observarlo sentadito todos los domingos a la tarde armando sus compilados en cassettes vírgenes TDK grises y rojos que prolijamente rotulaba con una carátula con diseño propio: hecha en base a hojas de papel canson blancas, las cortaba y les escribía una R azul (tal la inicial de su nombre) y el número de compilado, y después hacía que mamá (su secretaria
pre- y
post- matrimonio) tipeara con la Olivetti en tinta roja los nombres de intérpretes y canciones.
Gracias a esas colecciones que armaba papá, es que hoy por hoy conservo en mi memoria muchísimas canciones asociadas a aquellos recuerdos de la infancia. Tantas, que podría volver a armar mentalmente las mismas hileras de cassettes que se exhibían en el living de la casa de mis viejos antes de que lo remodelaran y de que el equipo de audio con cd destronara al viejo Blaupunkt. Pero bueno, una muestrita nomás... y porque es uno de mis preferidos.
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