Y aunque mi ropa esté repartida entre bolsos a medio hacer y deshacer, el canasto al lado del lavarropas, el piso de nuestra habitación y lo poco que queda en el placard, sigo sabiendo qué es
acá y qué es
allá y dónde quiero estar.
Por cierto que no es grato saber que cada vez más frecuentemente es un ir y venir, un armar y desarmar, despedirse y reencontrarse.
Pero si al menos tengo ese segundo para agarrarte de la mano y hacer de cuenta que estamos huyendo... ¿huyendo de qué?... de nada, o de todo, o de los días de desencuentros... al menos esos instantes valen oro y compensan muchísimo más.
Como sentir el viento frío en mi cara, pero rodeada por tu brazo.
Como poner caras y confirmar que quizás nunca vayamos a poder tener una linda foto juntos (o al menos una que nos guste mucho a los dos) pero que es divertido seguir intentándolo.
Y gastar los zapatos... un poco más... pero caminando juntos.

Etiquetas: Él, Viajes