Con la última bocanada de aire, voy a abusar de mi derecho de hablarte y quiero que me escuches. Te lo pido: soltame. Dejame caer.
Tantas veces te imploré lo contrario, me quise aferrar a tu mano, y no encontré que tuvieras la fuerza que hacía falta para soportar mi peso.
Y ahora que quiero volar en este abismo y sentir los golpes en mi cuerpo al caer, te lo ruego: ya no intentes sostenerme.
Porque estoy lista para esta caída. Estoy lista para sacudirme el polvo, curar los raspones y seguir caminando. Ya no me retengas. Dejame ir.
Date cuenta, yo a vos ya te solté. Ya no soy la guardiana de tus sueños ni la razón de tus insomnios. Hace tiempo que dejé de ser el diario en que escribías tu historia cotidiana y el manual en el que buscabas tus adoctrinamientos. Yo ya no quiero enseñarte nada, ni mostrarte el mundo en pantuflas. Ya dejé de ser una ausencia presente pero anónima. Ahora soy sólo yo y protagonizo mi propia vida. No quieras seguir intentando robarme el papel principal, porque, sabelo: ya no causás ese efecto en mí. Y para los ladrones el único lugar que debería existir son sus cárceles. Encerrados, sin ventanas ni puertas entornadas. Allí es donde estás, en la jaula de mi pasado. Culpable de haberme robado el corazón un tiempo atrás, y con él mi vida entera, sólo para jugar un rato y devolvérmelos destrozados. Ahora es tiempo que cumplas tu condena. Y te lo aviso: estás sentenciado a cadena perpetua.
Etiquetas: Mar adentro