A veces siento que la Vida se dedica a darme enseñanzas o aprendizajes en capítulos. Es como si me diera una lección acerca de algún tema durante un tiempo y me lo hace ejercitar y ejercitar hasta que me sale, lo concientizo, y lo adopto como forma de proceder.
Hace un tiempo que siento que por distintas vías, está tratando de demostrarme que la impaciencia, la desesperación y las ganas de solucionarlo todo ya, muchas veces no me conduce a resultados satisfactorios.
Y es que hay casos donde lo mejor es justamente
dejar de hacer...
Fue así como fui entendiendo que
no hacer nada también es
hacer algo. Uno decide concientemente no hacer, no contestar, no decir, no demostrar, no explicar. Por ende, en realidad estamos haciendo algo. Estamos no-haciendo.
Esto no significa no hacerse cargo de las cosas, como yo creía hasta entonces, sino más bien lo contrario. Significa tener la madurez necesaria para darse cuenta y asumir que en ciertas circunstancias, "el tiempo es testigo de todas las soluciones".
En el afán por solucionar todo y estar bien con todos, podía lograr el efecto indeseado: exasperar más la situación, tornarme intolerable para el otro, tocar eso demasiado, queriendo arreglarlo, cuando en realidad de tanto tocarlo lo estoy rompiendo.
Ahora aprendí a callarme cuando no tengo las cosas claras. Aprendí a no hablar ni responder en caliente (pero no sólo cuando yo estoy enojada, sino también cuando presiento que el otro todavía está demasiado en lo suyo como para entender mis razones). Mi cabeza solita se va acomodando con el correr del tiempo, va dando vuelta las perspectivas, me revisa y lo revisa al otro... Es como si lograra hacer que salga de mí para ver la situación desde afuera.
Es un buen ejercicio. Y lo digo reconociendo que una de mis características principales es la impaciencia, así que: ojo al piojo!
Gracias Vida, ya podemos pasar a la próxima lección. Esta ya la incorporé.
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