A lo largo de la vida uno se va cruzando o va conociendo a algunas personas que parecen
personajes sacados de alguna película o comic. En este caso, voy a hablar de
Hilda.
Hilda es una viejita divina que nos sirve el café a mí y al resto de los administrativos en mi laburo. Llega siempre puntual a las 10 de la mañana. Mi café arriba a la oficina a las 10.20 hs, y el de la tarde a las 14.00 hs. Y como yo tomo el café con mucha leche (más leche que café!), sistemáticamente cada mañana y cada tarde, llega esa taza, acompañada de un gritito de Hilda que dice:
"Lecheritooooooooo!".
Gracias a eso, tengo apodo en el trabajo. Y bueh.
Hilda es enorme. Alta, grandota. Pero tiene una vocecita muy finita que no se condice con su cuerpo. Y habla como una nena (o como una vieja!). Entonces, en vez de decir
"edulcorante", no sé por qué, pero dice
"lucorante".
Además, no ve un pomo. Por lo cual, es común que el café llegue con el platito de la taza empapado. O que el borde de la taza esté lleno de restos de leche en polvo, ya que no le emboca bien.
La vieja además es una afortunada en el juego. Cada vez que juega un numerito a la quiniela, gana. En serio. Y lo mejor es que es cero egoísmo. Entonces, cada vez que gana, trae facturas para todos.
Ahora la extrañamos. Está internada en el hospital con una pancreatitis y tiene para unos días más. Estos días el café me lo tengo que preparar yo. Llega divino a mi escritorio, con el platito seco y sin rastros de leche en polvo. Pero yo, igual, por las dudas, me autogrito:
"Lecheritooooooooooooo!".
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