Es una fascinación. Un gran misterio. Algo inalcanzable, intocable, porque apenas puedo percibir una porción de él.
La gran estrella, la que nos mantiene vivos.
No puedo definir exactamente cuándo ni cómo se desarrolló en mí este culto, esta admiración, esta obsesión, esta fascinación por el Sol.
Y no por nada en mi casa abundan los objetos que tienen que ver con soles: almohadón, portallaves, cuadro con la interpretación de la Piedra del Sol azteca, adornitos, motivo del estampado del velador de papel.
Y no por nada adoro los días soleados y detesto la lluvia. El sol me da energía. Me da ganas de hacer cosas. Me motiva. Me inspira.
Y no por nada mi gato se llama Inti, como el dios del sol de los incas.
Y no por nada el único tatuaje que por ahora llevo en mi cuerpo es un sol.
Y quizás por algo mi hermana siempre decía que mi pelo es del color del sol, y que cuando entro en una habitación, todo se ilumina.
Finalizada la tarea y cumplido el objetivo, hoy me senté a contemplar el resultado.
Y no por nada debe ser que elegí el amarillo como el nuevo color de la pintura de mi dormitorio.
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