El 15 de octubre se casan Gabi y Román, dos amigos míos. Vaya uno a saber por qué, ellos decidieron nombrarme
testigo de boda, título que nunca antes había escuchado en mi vida, así que no tenía ni idea de qué era lo que tenía que hacer.
Acercate hasta la iglesia, hablá con la señora Norma. Vas a tener que responder unas preguntas, me explico Gabi.
Bien. Fui. Esta tarde.
Hace unas horas acabo de jurar ante Dios una gran cantidad de cosas: Que no había impedimentos que yo conociera para que esta boda se realice. Que ninguno de los novios había adoptado otra religión que no fuera la católica. Que ninguno de los dos se casaba forzado, sino por voluntad propia. En fin, una serie de preguntas.
Lo más interesante fue cuando tuve que responder si podía dar fe que Gabi y Román deseaban esta unión para toda la vida. Y que estaban capacitados para asumir sus roles conyugales y, eventualmente, de padres.
Sí, juro.
Ante Dios...
¿Y qué onda si después ("Dios no lo permita", no?) resulta que esta unión no es para toda la vida? O resulta que no estaban capacitados... ¿Dios me va a venir a buscar para retarme? Porque en cierta forma, esto fue como cuando salís de garante por un departamento. Yo firmé un papel. Yo presté juramento. Juré decir la verdad y nada más que la verdad. Salí de garante en una boda.
O será que cuando me muera, el buen San Pedro me recibirá en las puertas del Cielo y me dirá:
¿A ver tus papeles, Natalia? Ajam... ajam... Ah, pero qué macana. Vos acá juraste algo que estos otros dos amiguitos tuyos, Gabi y Román, no cumplieron. Al infierno!!!!Guarda que la tierra se parte eh!
Guarda que la Gabi se nos casa.
Y vos, Román: cagaste; ya firmamos los dos testigos, están todos los papeles listos, sólo falta tu
Sí, acepto.Chan!
Que sean felices y coman perdices. Que esta boda sea para toda la vida. Los quiero mucho a los dos.
Aaaaaaaaaaaaaamén.Etiquetas: Mar adentro