La noche de la última vez que te dije que sí y que creí una vez más todas tus mentiras, alguien (en el tumulto sigo sin recordar quién fue) me pisó muy fuerte el pie izquierdo. Con tanta desgracia, que el taco dio justo sobre el dedo gordo y destrozó mi uña.
Desde esa noche, casualmente la primera y única que te escuché decir que estabas enamorado de mí, llevé tatuada una marca negra en la uña del dedo gordo de mi pie izquierdo.
Pasaron muchas cosas en el medio. Muchísimas. En este caso sólo sería importante nombrar que exactamente dos meses después del episodio del pisotón decidimos no seguir más juntos en esta mentira que yo me encaprichaba en llamar
amor. Y la uña siguió allí, con su marca negra.
Crecía a paso lentísimo y esa mancha de tejido muerto iba acercándose cada vez más a la punta, simulando ser un negro sol en un lento y eterno amanecer.
Hoy, nueve meses y medio después de aquella noche, corté el último rastro necrótico. Mi uña volvió a ser una uña normal: blanca, transparente... limpia.
No sé qué significa, pero sonreí al eliminar esa última porción de nuestra historia... muerta, como la uña. Me alegré de poder cortar ese puñado de recuerdos que tenía incrustado en mi propio cuerpo. Como una marca. Sí. Lástima que haya tantas otras que no puedan cortarse simplemente con un alicate bien afilado.
Etiquetas: Mar adentro