¿Realmente la sensibilidad podía cambiar? ¿Las terminales nerviosas podían mutar?
La piel era la misma. Pero se sentía distinta. Y ella se entregaba distinta. Mientras él fingía entregarse igual.
Ya no había amor. Ya no existía esa lucha de poder, esa pugna por predominar sobre el otro.
No hubo palabras. Ni promesas. Ni pedidos. Ni reclamos. Ni te quieros, ni no te vayas. Todo transcurrió en silencio. Con la tranquilidad de dos cuerpos que se conocen a la perfección. Con la seguridad de recordar de memoria cada movimiento acertado, cada exploración aprobada. Pero en calma y sin presiones. Sabiendo que ninguno pretendía un mañana, ni un por qué, ni una explicación.
Y entonces se respondió a sí misma que sí. Que la sensibilidad puede cambiar. Porque la piel puede seguir teniendo el mismo sabor, la misma textura y el mismo perfume. Pero la ausencia o presencia del amor es lo que la hace sentir diferente. Es lo que la hace mutar.
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