El nudo de angustia estaba ahí: en el pecho. Pero no estaba dispuesta a desatarlo. Tenía una bronca enorme. Y que se entienda: no fue por tu presencia. Fue por un conjunto de situaciones que generaron en mí un
deja vu de algo que juré que nunca más quería volver a vivir
En algún momento me quedé dormida y el sueño, lejos de traerme la tranquilidad que necesitaba, me alteró aún más. Una seguidilla de pesadillas que se sentían muy reales.
Me desperté con la angustia, la bronca y la certeza de que esto tenía que terminar alguna vez. Porque ya me desespera. Porque ya no sé a quién tengo que recurrir ni qué tengo que hacer para que te vayas de mi mente de una buena vez. No pretendo hacer de cuenta que nada pasó. Sólo quisiera que dejes de aparecerte en mis sueños, porque de la realidad me voy a encargar yo sola.
Este
deja vu tocó a mi puerta como un aviso. No, no es un presagio, es sólo un aviso. No voy a desentenderme de su interpretación. Me está indicando que tengo que poner un freno a toda esta situación. Si seguís en mi entorno porque realmente no me queda otra, tengo que poder mantenerte en un segundo plano.
Este
deja vu llegó para recordarme que en este último año construí muchas cosas. Muchísimas. No te das una idea ni me alcanzarían las horas para contarte todo el trabajo de reciclaje, remodelación, refacción y decoración interior que hice en mí. Tuve que revolver todo, tuve que ponerme patas para arriba y mirar todo desde el fondo para poder reacomodarme. Y vos no estabas ahí para bancarte mi mierda ni mis lágrimas.
Tuve que aprender a contener mis ganas cuando te extrañaba, porque sí, claro que te extrañé. Y me quedé callada. No te llamé, no te escribí, no pasé más "casualmente" por tu casa, no te busqué. Y cuando vos querías que yo te encontrara, tuve que aprender a esquivarte.
Aprendí a dejar de correr detrás de tu voz. Aprendí a despegar tu cara, tu piel, tus manos, tu perfume, tu voz, tus caricias de millones de objetos, lugares, canciones, personas, situaciones, sabores. Y no fue fácil porque tuve que agarrar uno por uno y arrancarte de un solo tirón, en seco. Y eso dolió algunas veces.
Pude deshacerme de la sensación que me generaba escuchar tu nombre. Me alejé de tu entorno, y fue la manera más práctica de poder dejar de saber de vos y de enterarme por los amigos en común qué era lo que estabas haciendo, si estabas bien o mal, solo o acompañado.
Me rodeé de gente nueva. Dejé de frecuentar la noche. Y si lo hacía, me procuraba la compañía de gente sana. Sí, esa gente de la cual nosotros dos nos reíamos. Volví a sentir que una cena, una película, cantar, charlar, estar, eran planes lo suficientemente placenteros para contentar mi espíritu. Tuve que aprender a divertirme sin vos. Y pude. Te juro que lo logré.
Comencé a admirar paisajes por mí misma y no solamente para después contarte a vos acerca de ellos y poder describírtelos. Comencé a admirar gente por mí misma y no porque fueran personajes a los que vos admiraras. Comencé a hacer todas aquellas actividades que yo quería hacer por mí y que a tu lado no podía.
Comencé a construir mi mundo. Y lo construí en torno a mí y no en torno a vos. Lo construí con los elementos que yo elegí y con las personas que yo elegí. Le puse los colores que yo quería, sin importar si no son justamente los que a vos te gustan. Lo perfumé con fragancias nuevas, de manera tal que ninguna me recordara a vos. Me traje a mi familia, que la tenía a un costado para que supiera lo menos posible de mis angustias. Me traje a mis amigos (a los míos, sí, y no a los que
heredé por vos; a los de toda la vida; a esos que mantenía alejados porque sabían que vos eras mi veneno y no aprobaban que yo estuviera a tu lado). Me traje a los amigos nuevos, a los que me conocieron en esta transición y me ayudaron quizás sin saberlo a construir este nuevo mundo. Me traje mis escritos, mi talento, mi belleza, mi fortaleza. Traje todo lo que yo tenía y que vos no querías o no podías ver.
Y te dejé afuera.
Sí. A
vos te dejé afuera.
Antes de cerrar la puerta me encargué de aclararte todo. Te dije que te había amado. Aunque vos no pudieras ni siquiera hacerte cargo de escuchar esas palabras, me pareció justo que lo supieras.
Después te dije que nada había sido un error. No hay arrepentimientos. Las cosas pasaron no solamente porque yo me crucé con un
nene malo como vos sino porque yo además te permití ser un
nene malo conmigo. Y tampoco yo fui una
nena buena todo el tiempo. Nos dedicamos simplemente a eso: a agredirnos, a hacernos mal, a mentirnos, a enviciarnos y a consumirnos. Pero después de arrastrarme en ese barro y llorar de impotencia, me levanté y me fui. Simplemente eso.
Luego te dije que esa iba a ser la última vez que hablaríamos en mucho tiempo, porque ya no quedaba nada por decir. Te avisé que me alejaría la cantidad de metros que considerara necesaria. Te pedí que no "me hicieras enterar" de nada que tuviera que ver con tu vida privada porque no me interesaba saber. Y te pedí que tratáramos de comportarnos como adultos (algo que quizás muy pocas veces hicimos) porque había una realidad que para nosotros era insalvable: teníamos que seguir conviviendo día a día en el mismo lugar de trabajo.
Cerré la puerta fuerte para no escucharte más, y me dediqué a hacer girar mi mundo y a alimentarlo y cultivarlo. Vos cada tanto golpeabas e intentabas entrar. A veces alevosamente. A veces querías escurrirte de manera disimulada. A veces pidiendo permiso. Y yo tenía que seguir haciendo la fuerza para mantenerte afuera, con una sonrisa. Como para que no se note.
No sé cómo hiciste, pero volviste a entrar. En realidad sí sé. A veces me pregunto si no tendrás conocimientos de cerrajería...
OK, te dejé pasar y te dije que te quedaras en el vestíbulo. Podías estar, pero no muy adentro. Tenías que quedarte ahí quietito, a un costado, en silencio. Porque a la primera de cambio, si te portabas mal, te echaba otra vez.
Y mágicamente en este último tiempo te portaste bien. No hiciste ruido, me hiciste caso en todo. Hasta ahora.
Porque ya empezaste a tocar mis cosas. Empezaste a manosear mi mundo y yo no quiero que toques nada porque me costó demasiado construirlo sola para que vos vengas ahora y rompas algo. No quiero que toques a mi gente y la envicies con tus sonrisas. No quiero que vuelvas a aparecer en mis entornos ni que me invites a volver a los tuyos...
El
deja vu. Era de noche y hubiera deseado que no estés allí para traerme nuevamente las sensaciones de tu mundo. Ya lo conozco, no lo quiero. Quiero volver a cerrarte la puerta. Y tiene que ser ahora, antes que rompas algo o intentes sacarme de aquí.
Pero como soy una persona educada, te voy a invitar gentilmente a que te retires. Quiero que te vayas exactamente igual a como lograste entrar: en silencio y sin hacer escándalos. Porque sino esta vez quien muestre los dientes voy a ser yo. Y no voy a tener miedo de clavarlos en tu piel. Sí. En esa misma piel que tantas veces besé, extrañé, toqué, amé, lloré, sentí. Te juro que si es necesario, voy a clavar mi filo adentro de tu carne. Y no me va a importar si sangrás. Yo de acá no me muevo. Yo de acá no me voy. Y vos acá no tenés ningún lugar.
Quedate en tu mundo. Dejame a mí en el mío.
No quiero que vuelva a ser de noche. No quiero más
deja vu.
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