Contame cómo se siente pararse frente al espejo y que éste ya no refleje más tu imagen. ¿Asusta? ¿Te aliviana no tener alma o, por el contrario, genera eso un peso tan grande que te paraliza?
¿Qué sabor tiene la lava de los mil infiernos en los que te estás quemando? Describime paso a paso el ardor de cada parte de tu cuerpo, la lenta fundición de cada centímetro de tu piel.
De todas formas, sospecho que eso no es lo más terrible. Lo peor debe ser cargar con tu propia conciencia, lidiar con esas voces que no dejan de resonar en tu cabeza, escuchar una y otra vez los gritos de aquellos a los que les hiciste tanto daño, mirar a los costados y encontrarte tan solo en ese mundo que te inventaste... Sí, definitivamente tenés suerte de que todavía te esté hablando. Al menos eso se siente bien, ¿no? Te sentís acompañado. Pero no, no te confundas. Yo te hablo desde otra dimensión. Además, ya sos grande, sabés cómo funciona todo esto, sabés que en realidad no te estoy hablando, sino que vos te estás inventando estas palabras porque la mera percepción del timbre de mi voz te consuela y te tranquiliza.
No te das una idea de lo lejos que estoy. Acá todo está muy bien, gracias por preguntar. Y no te molestes, por más que intentes seguir indagando, te va a resultar imposible encontrarme. ¿Te acordás cuando yo te decía que tuvieras cuidado con lo que deseabas, porque se podía convertir en realidad? Bueno, justamente: siempre quisiste mantenerme alejada y ahora lo lograste. Felicitaciones. Y esta vez, creeme, no estoy jugando a las escondidas para luego dejarme atrapar. Hace mucho que dejó de interesarme ese juego estúpido en el cual siempre perdía a propósito, por el mero y doloroso placer de volver a enredarme entre tus brazos cuando vinieras gritando piedra libre.
Abolí por decreto tu inconfundible perfume. Eliminé la frecuencia de tu voz. Desdibujé tu imagen transformándola en un borroso espejismo. Cuento nuestra historia como si fuera un relato fantástico. Me río. Sí, mucho. No sabés qué linda es mi risa ahora que tus oídos ya no la escuchan.
Un proverbio chino que vos siempre citabas reza que la venganza es un plato que se sirve frío. Y no es que yo me esté vengando de vos. No. Sería malgastar mis energías. Simplemente me estoy permitiendo una revacha. Creíste que con tu adiós te llevarías mi vida y mi alma, y fijate: ¿quién es ahora el que no puede verse reflejado en el espejo? ¿Vos o yo? Ah, ¿te das cuenta?
Claro, al fin y al cabo no tuviste una gran idea cuando me invocaste mediante los recuerdos. Jamás pensaste que yo podría estar diciéndote todo esto y encima saber que cada una de mis palabras es tan cierta como tu propio nombre. Quedate tranquilo, para los demás vamos a seguir actuando bajo la modalidad "todo está muy bien", pero acordate que cada vez que te mire, voy a seguir siendo aquella única mujer capaz de ver que más allá de tu piel no hay absolutamente nada.
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