Estar bien, hacer el bien, dar vida: tres difíciles cuestiones íntimamente relacionadas.
Estar mal siempre es mucho más fácil que estar bien. Si cualquier cuestión te amarga el día y es capaz de hundirte como si tuvieras un yunque atado al tobillo, por supuesto que es mucho más cómodo quedarte así como estás, no moverte y no intentar hacer nada hasta que el agua haga el resto por vos y te termine matando. Todo el tiempo nos están poniendo palos en la rueda o cargando pesos sobre nuestras espaldas. Está en nosotros la habilidad para despojarnos de esos inconvenientes. ¿O acaso no nos sentimos grandiosamente bien cuando logramos resolver un dilema, cuando terminamos un trabajo complicado, cuando los nubarrones se despejan...? Lógico. Pero para eso tuvimos que hacer algo. Las cosas no se resuelven solas. Estar bien requiere del movimiento constante. Y a veces cuesta caminar.
Hacer el bien también es mucho más difícil que hacer el mal. Piensen un instante cuántas cosas se les ocurren para hacer sentir mal a una persona y cuántas para hacerla sentir bien. Qué fácil es herir, hacer daño, insultar, faltar el respeto. Qué difícil es saber escuchar, acompañar, amar, levantar el ánimo, hacer reír a otro. Qué fácil es ver al mendigo de la esquina, pasar, escupirle en la cara y patearle el tarrito con las monedas. Qué difícil es detenernos a preguntarle cómo podemos ayudarlo, alcanzarle un sandwich, ofrecerle un baño, escuchar sus necesidades. Qué cómodo es ignorar a un familiar enfermo, justificándonos por nuestra falta de tiempo. Qué molesto es tener que pasar la noche en vela al lado de su cama en un hospital.
Dar vida o matar. Matar es tan sencillo. Cualquiera puede matar, convengamos que sí. Todos somos bastante concientes de cuáles son las formas bajo las cuales podemos detener el corazón de otra persona. Sabemos que para ello ni siquiera hace falta tener un arma y puntería para dispararla o aprender artes marciales, ni tampoco ser un experto en farmacología para saber administrar venenos. Matar es fácil, nos lleva apenas un segundo. Dar vida, por el contrario, es algo mucho más lento y trabajoso. Requiere de una serie de variables favorables: el encuentro entre dos personas biológicamente capacitadas para concebir, la dificultosa unión de sus células y su correcta implantación en el cuerpo de una mujer, una espera de 40 semanas dentro de las cuales también pueden pasar miles de cosas que atenten contra esa vida en gestación, el extremo cuidado que debe tenerse durante los primeros meses con ese bebé recién nacido que depende en un 100% de otro, sino... se muere, claro.
Sin embargo somos varios los que, por suerte, seguimos prefiriendo estar bien, hacer el bien y dar vida. Somos varios los que seguimos eligiendo luchar, hacer, movernos. No nos detengamos. Tenemos que ser concientes de esto cada día de nuestra vida.
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