Los demás siempre destacaron como una virtud mía el hecho de ser una persona diplomática. Eso no es algo malo. El problema es cuando la diplomacia se confunde con otras cosas.
Está bien ser una persona respetuosa, de mente bastante abierta y, en general, dispuesta al diálogo y a escuchar a los demás. Cumplo con esas condiciones. Es decir: para mí, los demás pueden hacer lo que se les antoje, siempre y cuando esto no me perjudique a mí ni a otros.
Pero si la diplomacia implica muchas veces tragarse las broncas o hacer determinadas cosas por cortesía o por miedo a lo que los demás digan de uno... ahí creo que nos estamos confundiendo y rozamos la hipocresía.
Hace un tiempo vengo poniendo en práctica esto de soltar, de decir cuando algo no me gusta o no estoy de acuerdo, de dejar fluir mis gestos o caras sin represión, de no ir a ciertos lugares o hacer determinadas cosas si realmente no tengo ganas. Si esto encima puede regularse con mi ya trabajadísimo "
no hablo en los momentos en los que estoy realmente enojada porque puedo llegar a decir cosas muy hirientes de las cuales quizás después me arrepienta...", la mochila que llevaba a cuestas comienza a volverse cada vez más liviana. Y es algo que se siente tan, pero tan bien.
Dejé de preocuparme por lo que los demás opinen de mí o piensen que yo
debo hacer. Por lo políticamente correcto. Gané muchos más momentos de placer sinceros y no forzados. Al que le gusta bien, y al que no... bueno, no soy la única persona en el mundo con la cual pueden relacionarse; hay otros tantos millones repartidos por el planeta.
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