Un día salimos con camisita manga corta y por la tarde nos estamos muriendo de calor.
A la mañana siguiente, tenemos que volver a sacar la polera y ponernos sobretodo y bufanda.
Y un mismo día, de esos que son tan raros (pero los hay), en los que llueve con sol.
Así también tengo mi estado de ánimo.
Por momentos puedo encontrarme sonriendo por todos los rincones, vomitando carcajadas y moviéndome por la fuerza que me dan los aires renovados y las ganas de encarar los proyectos que tengo en mi cabeza.
Pero hay otros minutos en los cuales estoy sumergida en una honda tristeza.
Y pequeños raros episodios en donde me estoy riendo en simultaneidad con las lágrimas.
Lo bueno es que más allá de todo, hay una sensación que predomina las veinticuatro horas, que se llama
tranquilidad. También podría traducirse en: saber que se hizo lo correcto, que lo bueno se disfrutó a pleno, que ya vendrán tiempos mejores, que la conciencia está tranquila, que no hay cuentas pendientes, que podría ser peor pero no lo es.
Lo malo es que no hay cuerpos que resistan a los cambios climáticos bruscos sin caer en la enfermedad, por más Actimel y Redoxón que tomen por la mañana.
Tampoco hay almas que resistan a la ciclotimia como forma de vida, por más acostumbradas que estén a esa sensación de hundirse y flotar al mismo tiempo.
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