Y de la nada, me descubrí llorando mientras le contaba qué significaba para mí actuar y cuánto extraño estar arriba de las tablas.
Llorar, sí.
Como cuando le conté lo mucho que amaba a mi abuela Cecilia. O ese mismo día, cuando describí la relación amor-odio con mi abuela Catalina.
2 sesiones de 5 tuvieron lagrimitas. Hecho histórico. Especialmente para alguien como yo, a la que le cuesta tanto llorar.
Por eso lo dejo asentado acá. Porque cada tanto necesito recordarme que está bueno destapar los lagrimales.
Vamos bien.
Etiquetas: Mar adentro