No puedo meterme a eliminar las miles de páginas que conforman mi pasado. De todas formas, tampoco quisiera hacerlo.
No me arrepiento absolutamente de nada de lo que llevo hecho en mi vida. Es sólo que a veces cuesta explicar las razones de por qué hice o dejé de hacer determinadas cosas.
Me equivoqué varias veces, admito mis errores. Pero no fueron casualidades. Las circunstancias -o yo misma, en oportunidades- me condujeron a esos resultados. Y si hay algo que me duele es que muchas veces me dejé estar y no fui capaz de mover hacia el cambio rápidamente como debería haberlo hecho para resguardar mejor mi integridad.
He salido herida, pero todo eso me sirvió para crecer y para acumular experiencia. Me reconozco hábil para detectar situaciones y prever desenlaces, pero en oportunidades no fui capaz de resolver sin tocar fondo previamente.
De todas formas, si me remonto mucho más allá en el tiempo, me alegra y me enorgullece saber que tuve una infancia feliz. Que crecí en una familia bastante normal, donde todos los que me rodearon hicieron lo imposible para que yo fuera feliz y me incentivaron, me estimularon, alimentaron mi curiosidad, me permitieron jugar, fomentaron mi creatividad y mi imaginación, me convirtieron en una persona responsable y me llenaron de veranos tranquilos en un campo en Uruguay o en las playas de La Lucila del Mar con bicicleteadas junto a mi hermana por la calle Córdoba (una de las pocas asfaltadas, en ese entonces), con los asados de papá por las noches, los comics y los libritos de "Mafalda", la torta sacher y el cassette con canciones de Abba. Procuraron que fuera una persona educada e instruida. A los siete años ya sabía las normas básicas del protocolo para estar sentada a la mesa como corresponde, y en mi biblioteca jamás faltaron libros (desde los Cuentos del Chiribitil que me contaba mamá cuando yo todavía no sabía leer, hasta los libros de Elsa Bornemann y los Elige tu Propia Aventura).
Pero lógicamente una va creciendo y a medida que me fui haciendo más independiente, me fui metiendo en problemas, muchos de los cuales me llevó su buen tiempo solucionar y resolver.
Hoy por hoy sigo sosteniendo eso mismo: que no me arrepiento de nada. Todo sumó, sirvió, enseñó y construyó (porque aunque haya habido destrucción, hubo que reconstruir y eso estuvo bueno).
Hoy por hoy siento una mezcla de libertad, tranquilidad y felicidad. Es un coctel increible. Sigo escribiendo mi propio camino, y si tuviera que anotar mis últimos dos aprendizajes, ellos serían:
* que siempre vale la pena jugarse por un proyecto que sabés que si se concreta te hará muy feliz.
* que el Amor (así, con mayúscula) es un estado indescriptible de plenitud y tranquilidad en todos los niveles, y que no tiene absolutamente nada que ver con el dolor o el sufrimiento, como hasta ahora yo pensaba.
Etiquetas: Mar adentro