Y todo seguía normalmente hasta que la mancha del pasado tocó sobre el final al día nuevo. Y como cada vez que esto pasa, el pasado da un coletazo de esos que te hacen perder el equilibrio aunque sea durante algunos segundos, mientras la cabeza se pregunta "
¿y vos qué hacés acá?".
Las últimas horas fueron confusas y muy extrañas. Primero esa frase que nunca me dijo, ahí escrita, luego de un largo período de silencio, apareciendo cuando menos me lo esperaba.
Llegar a casa y presenciar la llegada de ella, en estado desconocido y extraño. Sin palabras, sus ojos me respondían al "
¿qué pasa?" y me fue imposible disimular la bronca. Porque ella sabía que estaba trayendo al pasado. Un pasado que no es sano. Nunca.
Pegué el portazo y escuché que él entraba. Compartimos techo, como hace 3 años, y por la mañana evité cruzarlo para no tener que soportar su mirada cargada de celos, aquella de "
sos el camino de la perdición para ella...", una gran mentira.
Cuando él se fue, discutí un rato con ella. Pero, como siempre, nuestras discusiones construyen en vez de destruir. Nos dimos un abrazo y ella se fue. Y debajo de mi piel quedó el amargo sabor de ese pasado que no quiero que vuelva. Sé que no va a volver (porque no voy a permitirlo), pero sus astillas en mis días nuevos me molestan mucho.
Y la obra que, precisamente, trata sobre la espera, el tedio y el vacío.
Suerte que ésa ya no es mi suerte.
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