Hoy fue uno de esos días en los cuales pasé mucho tiempo yendo de acá para allá, arriba de algún bondi rumbo a alguna parte... y son en esos momentos de tiempo muerto en los cuales la mente divaga y esta vez me terminó llevando hacia una vivencia que tenía archivada en mi memoria y que tardé un tiempo en ubicar la "etiqueta" de dónde y cuándo había vivido esa escena... Hasta que finalmente recordé que había sido subida al omnibus que me transportó de regreso de Toledo a Madrid, allá por fines de mayo del año pasado.
No viene al caso por qué recordé esa escena, pero ese pensamiento se fue hilando y encadenando con otros y terminé rememorando distintas postales de aquel maravilloso viaje en el cual para mí lo más asombroso sigo siendo yo misma. Es decir: haber tomado la decisión de viajar sola durante un mes, y de bancarme y no haber sentido miedo, ni angustia, ni tristeza en ningún momento de aquellos treinta días.
A raíz de eso, comencé a recordar que de todas formas no todo había sido tan fácil. Tuve que sortear algunos obstáculos yo sola. Hubo contratiempos, hubo cosas que no salieron tal cual las había planeado. Y simplemente por enumerar algunas de ellas, basta nombrar que llegué sola a Italia y pude encontrar alojamiento, desenvolverme en un barrio bastante alejado de lo que es el centro de Milán y sin saber hacia dónde ir (en esa primera tarde en particular recuerdo el apoyo logístico que me brindó el amigo
Naico vía MSN!). Me acordé de mí misma perdiéndome ochocientas veces en las laberínticas calles de Toledo, o totalmente aislada (y una vez más: perdida!) en un pueblito de cinco casas al borde de la frontera con Suiza y teniendo que tocar timbre en una casa de extraños para pedir prestado el teléfono y así poder ser rescatada por mi cuñado. Me recordé corriendo por la ciudad de Paris y a punto de perder un vuelo a Barcelona, o recorriendo media ciudad de Barcelona con mi mochilota al hombro buscando alojamiento luego de ser rechazada por falta de espacio en varios hostels. Rememoré tardes de recorridas y paseos solitarios, o la extraña imagen de comer siempre sola, o aquellas tardes veraniegas en las que me sentaba tipo 7 a tomarme una cervecita en algún bar de una placita de Madrid. Y también aquella vez en la que sin pensarlo me fui hasta la estación de trenes de Milán y en el momento decidí subirme al próximo tren rumbo a Verona, sin planes previos. Y lo asombroso de todo esto es que en ningún momento me angustié ni me puse mal ni recuerdo que me haya invadido una sola gota de pesimismo o desesperación.
Quizás no se comprenda la magnitud de lo que todo esto provoca en mí si no se tiene en cuenta que soy una persona bastante estructurada y planificadora, y que cualquier situación que salga un poco de mi control o que no esté perfectamente organizada suele alterarme bastante. Y sin embargo allá todo salía así... con naturalidad. Y todo estaba bien. Y todo era positivo.
No fue nada lo de esta tarde. O quizás sí.
Creo que fue una especie de llamado de atención a mí misma. Mi Yo interior diciéndome: "Ves que podés...!" y soplándome al oído que las experiencias de los viajes son viviencias que debería poder aplicar en la vida cotidiana.
Quizás debería terminar de darme cuenta que vivo con los flotadores puestos y que yo soy mi propio chaleco salvavidas, para no ahogarme tan seguido en los vasos de agua de la cotidianeidad.
Ojalá pueda tener esto presente mucho más seguido y aplicarlo.
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