Y con un dejo del recuerdo que en su infancia fue juntar las figuritas para completar un álbum que ella soñaba se transformaría en una hermosa y flamante bicicleta rodado 14, ahora y desde hace un tiempo se dedicaba a coleccionar los fragmentos de una historia que el silencio, el tabú y el miedo a preguntar habían guardado en la oscuridad del secreto. Como marcando los hitos de una línea de tiempo.
Con la tristeza en cada pregunta sin formular, en cada observación o dato que, en silencio, lograba memorizar, pegó y unió las piezas que formaron esa pared imaginaria que, paradójicamente, estaba comenzando a derribar.
Un rostro. Un nombre. Una fecha. Un lugar. Un momento. Pero aún un millón de huecos y espacios vacíos, de lugares oscuros.
Y primero un fósforo. Luego una vela. Una linterna. Quizás, ahora, un viejo farol. Quizás mañana un reflector. Quizás, en algún momento, el sol.
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