A veces siento la necesidad de llorar como una niña. Y no porque de niña no haya llorado lo suficiente.
A veces siento la necesidad de descargarme y vaciar mis pulmones de aire, apretar los párpados bien fuerte y llorar hasta que se me hinchen los ojos.
Las injusticias, las angustias. El dolor.
A veces siento que no puedo sacar todo eso por completo de mí. Y necesito hacerme una bolita y acurrucarme en posición fetal hasta que venga ese abrazo reparador, calentito y suave. Que me sequen las lágrimas con besos y caricias. Que me miren bien profundo a los ojos y que el silencio sea la palabra de contención más poderosa.
A veces siento que mi mundo de castillos de naipes se me derrumba ante la más leve brisa. Que quizás sean situaciones mínimas, pero que en el razonamiento me doy cuenta que calan mucho más hondo y duelen mucho más de lo que mi mente me deja asimilar.
Y esos fantasmas, esos malditos fantasmas que no logran irse del todo...
A veces siento que un gesto de menos o de más pueden significar un mundo para mí.
Maldita hipersensibilidad que todo lo magnifica. Y maldita conciencia que me dicta que debería comportarme como una mujer adulta y fuerte, soportando cada golpe, en vez de sentir estas ganas de esconderme debajo de una almohada y llorar como una niña, hasta que me ahogue en mí.
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